sábado, 14 de diciembre de 2019

EL VIOLADOR NO ERES TÚ




Como tantas otras personas, estos días he visto el vídeo de la performance chilena titulada “El violador eres tú”, donde un grupo de mujeres baila y canta en denuncia a las agresiones sexuales sufridas por el género femenino, de las que tantas veces se nos hace responsables. Me ha parecido una iniciativa muy valiente, aunque he de decir que me gustaría ser testigo de una parecida e igual de multitudinaria protagonizada por supervivientes de abuso sexual en la infancia.

Sí, ya sé que podría promoverla yo misma, pero lo cierto es que tengo familiares que no conocen mi condición de ex víctima, por lo que todavía vigilo –aunque menos que antes- a la hora de dar la cara. Sí, podrían llevar a cabo dicho proyecto otras personas supervivientes, pero se encuentran en la misma situación que yo: no quieren que se sepa, ya sea por miedo a que nuestras personas de confianza nos abandonen cuando lo sepan –no olvidemos que muchos agresores, durante los abusos, usaban esa amenaza como estrategia-, a que ya no nos vuelvan a tratar igual, a que piensen que tenemos parte de culpa, a que justifiquen a nuestros agresores, a que no nos apoyen, a que se entere más gente y al final quedemos “expuestos”, o a que la persona a quien se lo contamos sufra lo indecible tras nuestra revelación. 

Así que hoy, en esta entrada, me gustaría desmontar una por una nuestras reticencias, tanto las que nos afectan socialmente como aquellas que nos limitan sólo a los propios supervivientes. Esta vez, por tanto, me dirigiré de forma especial a éstos últimos, ya que somos los principales afectados por el silencio que rodea los ASI. No obstante, la entrada es  para (y de hecho creo que debería leerla) todo el mundo. 

¿Por qué? Bueno, alguna vez he comentado en este mismo espacio que hay muchas personas -demasiadas- que cuando oyen hablar de estadísticas sobre ASI les cuesta horrores aceptar que tantos niños puedan estar sufriendo agresiones sexuales. Entiendo que en algunas ocasiones no quieren aceptar la realidad porque les abruma, y que en ese caso el 90% de lo que yo pueda decirles caerá en saco roto, pero cuando me encuentro personalmente con un caso así suelo proponer a la persona lo siguiente: que se informe a fondo sobre ASI y le cuente a sus seres queridos que estás investigando el tema, que les enumeres algunas de las secuelas más comunes en los supervivientes y les hable del miedo que ha descubierto que tienen las víctimas a hablar. Porque si muestras esa actitud, estoy segura de que alguna de esas amistades o relaciones familiares que conoces desde hace tiempo y de la que “nunca lo habrías pensado” te contará que ella fue víctima de abusos en la infancia, o que lo fue alguien muy cercano. Y probablemente detrás suyo vendrán más. Lo he comprobado en mi propio caso, y también en el de todas las personas que han hecho la prueba y me lo han contado.

Y es que para los supervivientes, a menos que estemos bastante confiados en que nuestro interlocutor nos va a creer –y a veces ni por esas- nos resulta muy difícil contar lo que nos pasó. Es complejo, porque a la mayoría de seres humanos no les gusta sentirse juzgados (menos por quienes aman), pero sin embargo ese es un miedo muy común en los ASI.

Y casi todo viene de la culpa. No hace mucho, una mujer con la que unas amigas y yo debatíamos sobre este tema nos dijo “Estamos haciendo algo muy mal como sociedad para que tantas víctimas de abuso sexual infantil se sientan culpables”. Es cierto, aunque he de reconocer que ahora al menos se empieza a hablar más del tema, pero aún demasiadas voces se preguntan por qué no lo dijimos al momento, por qué hemos tardado tanto en hablar, todavía se siguen cuestionando o malentendiendo nuestras secuelas, y aún se pone en duda esta realidad. Por ese motivo, entre otras cosas, me decidí en su día a abrir el blog que estás leyendo.

Los supervivientes de abuso sexual infantil necesitamos integrar que no fue nuestra culpa. Puede ser relativamente sencillo para nosotros decirlo e incluso argumentar por qué no somos culpables, pero también tenemos que sentirlo. Yo puedo repetir una y cien veces que el cielo es azul, pero si lo veo amarillo, para mí seguirá siendo de ese color por mucho que sepa que tiene otra tonalidad. Pues algo muy parecido nos ocurre a nosotros, y esa sí que es una tarea complicada. Porque llevamos demasiados años arrastrando con ese peso y aún tenemos miedo de sus consecuencias si lo contamos.

Una de las características de la infancia es que durante esa etapa somos muy crédulos e inocentes (pensad si no, ahora que se acercan las fiestas navideñas, como los más pequeños están seguros de que cada 6 de enero tres ancianos inmortales con sus tres camellos viajan por todo el mundo -¡En una sola noche!- y entran en las casas sin que los enormes animales destrocen nada). Por otra parte, los adultos que nos cuidaban eran mucho mayores, habían vivido al menos 20 o 30 años más que nosotros, y por lo tanto tenían herramientas de sobras para manipularnos. También para hacernos creer, a ti y a mí, que si pasó fue porque lo permitimos e incluso participamos. Por eso necesitamos destruir todo lo que aprendimos en la infancia, para volver a aprenderlo de una forma que no destruya nuestro autoconcepto. 

Debemos entender que nosotros no haremos daño a nadie con nuestra revelación, que en todo caso el dolor que pueda sentir la persona a quien le explicamos nuestro pasado abusivo es de nuestro agresor. Y que igual que un enfermo de cáncer -por ejemplo- tiene derecho a contarlo y a pedir apoyo en su entorno, los supervivientes también.

Debemos integrar que somos dignos de pedir ayuda y a recibirla, porque nuestros sentimientos importan, aunque hayamos crecido con la idea de que no era así. El trauma que tenemos nos duele y afecta igual que le pasa al resto de personas con los suyos. Si nuestros seres queridos merecen recibir apoyo cuando están tristes, nosotros también.

Necesitamos asumir que si en algún momento dijimos “sí” o acudimos a la llamada de nuestros abusadores, si después del ASI el agresor nos compró un helado que nosotros nos comimos, o nos regaló un muñeco con el que jugamos durante años, no fue porque consintiéramos o porque estemos manchados, sino porque nos manipularon. Jugaron con nuestros miedos infantiles, y se aprovecharon de ellos para saciar sus bajos instintos. 

Tenemos que integrar que nosotros fuimos como cualquier otro niño o niña de los que ahora tenemos a nuestro alrededor: frágiles, inocentes, moldeables, sin maldad. Y que por tanto en la actualidad no somos débiles, ni malos, ni estamos sucios. Contrariamente, fueron nuestros abusadores quienes, además de llevar a cabo las agresiones, cometieron la vileza de hacerle creer a un niño o niña que abusar de su cuerpo era un juego o un acto deseado por ambas partes. 

Ya sé que será muy difícil de asumir para ti si fuiste víctima de abusos. Yo también tengo miedo, todavía lo tengo. Y sé que el hecho de que te trataran como a un pedazo de carne sin voluntad cuando estabas aprendiendo cómo funcionaba el mundo te hace sentir justamente un pedazo de carne sin derecho a tener voluntad. Y que como hicieron algo sucio contigo has crecido con la idea de que eres tú quien está manchada o manchado. Lo comprendo muy bien, pero el delito no lo cometimos nosotros. El violador no eres tú, ni soy yo. La culpa no fue tuya, ni por haber callado, ni por no haber comprendido lo que estaba ocurriendo, ni por haber sido objeto de una manipulación tan atroz. Repito: el criminal no fuiste tú. 

Comprendo que asumirlo no será un proceso corto para ti, ni libre de dolor, agotamiento o sentimientos de fracaso, ya que de lo contrario no sería un proceso de sanación. Pero creo que el día que los supervivientes como colectivo empecemos a ganar poder sobre nosotros mismos, obtendremos la fuerza para ir saliendo a la calle a gritar que somos dignos del mismo respeto y cariño que cualquier otro ser humano, y que la culpa no fue nuestra. Incluso, si nos apetece, tal vez podamos decírselo a los agresores a la cara. 

Y sacarnos ese lastre de encima para devolvérselo a quien corresponde (aunque sea mentalmente) significará romper gran parte de las cadenas que, cuando aún no teníamos capacidad para defendernos, nos colocaron sobre la piel con tanta fuerza que a día de hoy no distinguimos donde acaban los eslabones y donde empieza nuestra carne.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario