Como
he comentado alguna vez, el 80% de los abusos sexuales contra menores son
intrafamiliares, lo que significa que en su gran mayoría los agresores resultan ser parientes muy próximos a las víctimas, normalmente el padre u otras figuras de referencia. En
ocasiones también puede ser una persona externa a la familia, pero que forma
parte del círculo cercano del menor, aunque es más habitual que comparta
parentesco con la criatura abusada.
Eso
quiere decir que la víctima convive o se relaciona frecuentemente con un adulto
que por un lado juega con ella, le da cariño, la cuida, la protege, cubre sus
necesidades básicas… y por el otro, a escondidas del resto del mundo, la agrede
en su intimidad, la destroza por dentro y le pide que guarde el secreto porque
si no pasarán cosas malas, ¿Cómo puede sobrevivir un niño o niña a una dualidad
tan desgarradora? Hablamos de que, justo cuando empieza a descubrir el mundo,
se encuentra con que una de las personas a las que más quiere y de la que depende física y emocionalmente, le está causando
uno de los mayores dolores que vivirá en su vida. Así pues, la víctima necesita
mecanismos mentales para sobrevivir al trauma. Uno de esos mecanismos es la
amnesia disociativa –olvidar parcial o totalmente los ASI, aunque las secuelas
siguen presentes- y otro también muy común es la negación.
Como la
niña o el niño todavía no está capacitada/o para comprender los abusos que
vive, asume que lo que está ocurriendo no es tan grave; que esas “caricias” son
normales entre dos personas que se quieren; que todos los adultos “juegan” a tocarse con las criaturas de su familia; que la culpa no es de su abusador sino de
ella o de él por haberlo provocado; que cuando el adulto comete la agresión no
es consciente de lo que está haciendo; que en esos momentos no es él, sino un desconocido que ocupa su lugar y lo vuelve malo, etc.
De otra forma la víctima no podría convivir con los abusos, ¿A qué criatura le gustaría
pensar que uno de sus adultos de referencia (normalmente el padre) es mala
persona, que no la quiere o que le está haciendo daño a propósito? No olvidemos
que muchas veces todo lo que la niña o el niño víctima sabe de la vida, de lo
que hay a su alrededor, de lo que está bien o está mal… se lo ha enseñado, en
parte, su agresor. Es una realidad muy, muy compleja, contradictoria y
dolorosa.
Pero,
¿Qué ocurre cuando las víctimas crecen y se transforman en supervivientes? Pues
que en la mayoría de casos continua esa contradicción interna, ya que la
creencia que se forjaron para sobrevivir a los abusos ha crecido con ellas y se
ha instalado en su inconsciente. Y ahora esos menores se han convertido en
adultos que siguen queriendo a su abusador, y que además arrastran varias
secuelas que les impiden sentirse felices: culpa, nula autoestima,
inseguridades, miedos… mientras que el agresor sigue mostrando esa facilidad
para manipularlos que ponía de manifiesto durante los abusos.
En
teoría superviviente y abusador son ya dos personas adultas, pero a la práctica
una de ellas tiene anulada su capacidad para defenderse, comprender las
dimensiones del trauma y ayudarse a sí misma. Sigue pensando que en parte fue
su culpa, que es una indecente, que debe esconder “su” secreto para que nadie
sepa lo horrible que es… y en esas circunstancias, cuando las manipulaciones
que ejerció el agresor durante la infancia de la víctima ya han dado su fruto,
el primero lo tiene todo a su favor para seguir manipulando a la segunda, e
incluso para continuar agrediéndola. En muchos casos los abusos que empiezan
en la niñez se perpetúan durante la adolescencia o la edad adulta, no porque
ambas partes lo deseen y estén conformes, sino porque una de ellas está anulada
psicológica y emocionalmente.
Por
supuesto que la persona superviviente necesitaría hacer un trabajo de fondo
para recuperarse, pero no siempre es consciente de que le hace falta. Muchas veces, después de años conviviendo con las secuelas de los ASI, acabamos adaptándonos a una realidad que no nos llena, que nos lastima casi sin que nos
demos cuenta, que nos va hundiendo poco a poco… porque pensamos que no hay
salida para nosotros, porque estamos rotos, o porque nunca hemos logrado dejar
de sentirnos infelices y nos resistimos a creer que realmente podamos
hacerlo. Sería como si ahora nos dijeran que un día veremos el cielo de color
lila, o que la miel nos sabrá amarga. Salvando las distancias, para un
superviviente ASI puede ser igual de increíble aceptar que podrá sentirse
libre, seguro/a de sí mismo/a y con capacidad para tomar las riendas de su
vida. Porque nunca ha sido así.
Pero,
además, en los abusos intrafamiliares normalmente hay otro factor: el amor que, también de
adultas, las personas que padecieron las agresiones sienten hacia sus
abusadores. Como decía al principio, en la mayoría de casos el agresor también
es quien se encarga de proveer cuidados y cariño a su víctima durante la niñez. En ocasiones
puede incluso ser el único adulto que la trate de forma afectuosa a la par que
abusa de ella, hecho que genera un vínculo afectivo muy fuerte. Y la mayoría de nosotros no queremos lastimar a las personas que
queremos, o sea que para muchos supervivientes de abuso intrafamiliar la
negación que les ayudó a sobrevivir en la infancia continúa durante la etapa
adulta. Pueden pensar que exageraron, que ambas partes son igual de
responsables de lo que pasó (por ejemplo “Sí,
papá me tocaba, pero yo sabía que iba a hacerlo y nunca le dije que no, o sea
que aquello no eran abusos porque me dejaba, yo consentí”), que ya hace
muchos años de aquellos hechos y deberían haberlos superado, o que su agresor
hizo lo que hizo porque era alcohólico, o tenía depresión, o estaba enfermo. O
cualquier justificación parecida.
Y es
que asumir la culpa de los abusos que padecieron y que tal vez aún padezcan de un modo u otro resulta menos doloroso –aunque
lo sea igualmente- que admitir que esa persona a la que quieren tanto, la que
debía cuidarlos, darles afecto sano y fortalecer su autoestima, hizo todo lo contrario.
Que los traicionó, ¿Cómo se asimila la traición de un padre o de una madre, por
ejemplo? ¿De qué manera se asume que has amado y amas tan profundamente a alguien que ha
sido capaz de provocarte tantísimo dolor? Además, enfrentar al agresor significa
admitir que la familia se dividirá, y ninguno de nosotros queremos crear
enfrentamientos familiares ni ver sufrir a nuestros allegados dándoles una
noticia tan dura. Por otra parte, sacar la verdad a la luz también supone admitir la devastación que nuestro agresor dejó en nosotros, y no es nada sencillo. En la inmensa mayoría de casos
cuando los supervivientes aceptamos el alcance del daño que nos dejaron los
abusos nuestra vida se pone patas arriba.
Es tan
complicado que, muchos supervivientes de ASI por parte de un pariente cercano, ante la perspectiva
de hacer públicos los abusos, eligen sacrificarse. Quieren a su agresor,
así que no desean exponerlo a ningún tipo de sufrimiento. Puede ser difícil de
entender para los que no conocen a fondo los mecanismos del abuso sexual intrafamiliar, esos que dicen “¡Da igual que
también haya sido cariñoso contigo! ¿No ves que abusó de ti? ¡Es un monstruo, que
se pudra en la cárcel! ¡Tienes que denunciarlo, no comprendo que no lo hayas
hecho ya!” o que incluso dudan de la veracidad de los abusos precisamente
porque la víctima se niega a ir a la policía. Afirman que si ellos estuvieran en el lugar de la persona superviviente no dudarían ni un segundo en denunciar y contárselo a todo el mundo, que no sentirían pena ni amor por alguien que abusó de ellos, sea quien sea. Pero hablan desde el desconocimiento más absoluto, y muchas veces provocan sin querer que la víctima se sienta tonta o débil por no ser capaz de arrancarse el corazón.
Normalmente
la ambivalencia entre amar al abusador y enfrentar el daño que causó sólo la
entiende quien la vive, y, en ocasiones, algunas personas del entorno del
superviviente que conocen las consecuencias que pueden dejar los ASI en sus
víctimas. Para el resto de la gente sin embargo no es tan fácil comprender cómo
puede alguien tener sentimientos de cariño y protección hacia quien le destrozó
la vida, y esa es una vergüenza extra con la que carga el/la superviviente, que
no sabe explicar por qué le ocurre, pero necesita sentirse apoyada y
comprendida. Un acompañamiento que muchísimas veces, a causa del tabú que
supone este tema en nuestra sociedad, pocos allegados pueden proporcionar.