domingo, 22 de julio de 2018

ESTADÍSTICAS


                                                
Cuando hablo con amigos o conocidos no supervivientes sobre las estadísticas que rodean los abusos sexuales infantiles se suelen sorprender. Alguno incluso me han pedido que no continuara hablándoles de ese tema porque preferían no saber qué se esconde detrás de la realidad de los ASI. Otros sin embargo sí quieren informarse pero cuando lo hacen se dan cuenta de que muchas de las afirmaciones que creían ciertas no son más que mitos. Pero en casi todos los casos acabo constatando que la desinformación sobre el tema es evidente, y que no tienen a su alrededor (o no buscan) herramientas para cambiar esa situación. Están seguros de que lo que han pensado toda la vida es verdad, pero nada más lejos de la realidad. 

En esta entrada me gustaría desmentir algunas de las creencias que he escuchado a lo largo de mi vida sobre ASI y que cualquier profesional en el tema podría desmentir. Mi intención es aportar algunos datos que os sirva para acercaros un poco a lo que se esconde detrás de los abusos sexuales en la infancia, de manera que tengais una primera visión sobre el tema. Todas las informaciones están contrastadas, si bien también aportaré mi experiencia personal. 

Los abusos sexuales en la infancia son muy infrecuentes.

Ya he explicado en una entrada anterior que afectan a 1 de cada 5 menores (1 de cada 4 niñas y 1 de cada 6 niños), o sea que son más comunes de lo que pensamos. El problema es que al ser un tema tabú, los supervivientes no acostumbramos a compartirlo con nuestros seres queridos, así que la mayoría de gente sigue pensando que nadie de su entorno ha sufrido ASI, aunque no sea cierto. Todos conocemos a alguien: puede ser nuestra madre, nuestra prima, nuestra jefa, nuestro hermano, nuestro mejor amigo... o sus hijos. O los nuestros. Cuesta de aceptar, es doloroso plantearnos una verdad como esa, por lo que instintivamente preferimos no contemplarla. 

Sin embargo cuando empecé a compartir mi experiencia con otras personas varias de ellas me contaron que también habían sufrido ASI en la infancia. Algunas eran amigas y yo no lo había imaginado hasta ese momento. Quizás nunca lo habría sabido si primero no les hubiera hablado de mi propio caso. La mayoría de ellas no le habían contado nada a sus padres ni a otras personas de su entorno cercano. De hecho apenas lo habían hablado con nadie. Así que no es que los ASI sean infrecuentes, sino que desconocemos por completo el alcance de esta problemática. 

Los abusos sexuales infantiles ocurren sobre todo en ambientes desestructurados.

Pueden ocurrir en cualquier tipo de familia: pobres, ricas, funcionales o disfuncionales. Las estadísticas no marcan diferencias en ese punto. O sea que una persona con la que nos cruzamos todos los días y que nos parece muy trabajadora y educada puede ser un pederasta, igual que puede serlo un maltratador o un delincuente. 

Los agresores normalmente son personas desconocidas para las víctimas. 

Eso es falso. Mi experiencia me dice que la mayoría de supervivientes que conozco fueron abusados por alguien cercano a ellos (su padre, su madre, su abuelo, un profesor, su hermano, su vecino, el amigo de sus padres…) pero las estadísticas señalan además que entre un 75-85% de los casos el abuso es intrafamiliar. Eso significa que son los propios parientes del niño/a quienes lo/a someten a violencia sexual. Por otra parte aproximadamente un 40% de menores agredidos tienen como abusador a alguien de su círculo cercano que no comparte lazos familiares con ellos, y solamente un 10% de las víctimas son abusadas por desconocidos. Así pues los abusos cometidos por personas ajenas al entorno de los supervivientes son más bien una excepción y no la norma. En la mayoría de casos el monstruo vive en casa de la víctima, o muy cerca de ella. 

La mayoría de niños pediría ayuda a un adulto si sufriera abusos sexuales, aunque el agresor sea alguien cercano.

De nuevo las estadísticas desmienten esta afirmación. Sólo un 15% de los menores abusados cuenta lo que le están haciendo en ese momento, mientras que el 85% no lo dice o lo hace tiempo después. Los motivos ya los he contado en la entrada anterior: sentimientos de culpa, miedo a lo que vaya a pasar cuando lo cuenten, las manipulaciones a las que fueron sometidos por sus agresores, temor a ser juzgados, a perder amistades… la violencia sexual es un atentado gravísimo contra la intimidad y la autoestima de quien la sufre, así que compartir esa experiencia con alguien puede ser muy complicado para los supervivientes. Algunas necesitan décadas para explicárselo a personas con las que tienen mucha confianza, por lo que no es difícil imaginar lo que le puede costar a un menor víctima que no entiende lo que está pasando. 

Los abusadores de niños utilizan la violencia física para someter a los menores a los que agreden.

Pues no tiene por qué. Hay abusadores que son violentos pero la mayoría utiliza el engaño, el chantaje emocional y las amenazas para obtener lo que quieren de sus víctimas. Voy a poner unos cuantos ejemplos: imaginad a un padre que le dice a su hija “Si me quieres harás lo que te pido, o de lo contrario pensaré que eres mala”. O a una mujer que trabaja como canguro y le dice al niño al que está cuidando “Acaríciame la parte del cuerpo que me cubren las braguitas. Si tus padres saben que no me obedeces se van a enfadar contigo”. O a un abuelo que le dice a su nieta “Si tú no me dejas que te toque el pecho, se lo haré a tu hermana pequeña”. O “Mataré a la abuela como no te desnudes”. O “Tócame el pene o le explicaré a tu madre que el otro día cuando te quedaste en mi casa hiciste algo que ella te había prohibido”. Y podría entenderme mucho más. 

Los niños no entienden de delitos sexuales, ni de engaños o traiciones. Para ellos cuando un adulto de referencia les manda algo deben obedecer, o al menos es lo correcto en su mente. Es por esa razón que un adulto puede darse cuenta de que es delictivo y amoral pedirle a una criatura que le acaricie los genitales, pero ella no. Yo puedo comprender que si el abuelo de Laura le promete no contar que ayer jugó a la consola sin el permiso de sus padres a cambio de que se desnude la está chantajeando, y que saltarse las normas familiares sobre el uso de los videojuegos no es equiparable a abusar de una niña. Pero ella no está capacitada para darse cuenta, porque seguramente nadie la habrá informado sobre eso. Los niños son inocentes y no comprenden lo que está pasando cuando un adulto abusa de ellos. Por eso la mayoría de veces a los agresores no les hace falta utilizar la violencia física contra ellos.

La violencia sexual en la infancia sólo afecta a las niñas, los niños rara vez son víctimas.

No es verdad. El porcentaje de niñas que sufren ASI es superior al de los varones, sí, pero éstos últimos no son para nada una minoría. Se considera que un 15% de ellos sufrirá abusos sexuales antes de llegar a adulto. Es decir, que 1 de cada 6 hombres que conoces ha sufrido violencia sexual durante sus primeros años de vida. En el caso de las mujeres el porcentaje es de un 25%. Como veis, aunque hay una determinada diferencia no es ni mucho menos aplastante. 

Sin embargo la creencia de que los niños varones no acostumbran a sufrir ASI puede llevar (y de hecho lleva) a que cuando esos menores se conviertan en adultos tengan vergüenza de pedir ayuda o teman ser juzgados si cuentan que fueron abusados de pequeños o que no se defendieron cuando ocurrió. Porque aunque es imposible que pudieran defenderse vivimos en una sociedad que en pleno siglo XXI todavía considera que los hombres deben ser fuertes, resolutivos y agresivos, sobre todo cuando alguien los agrede. Imaginad pues cómo puede sentirse un niño u adolescente que ha sufrido abusos sexuales cada vez que recibe esos mensajes sexistas. La estúpida idea de que los hombres no pueden ser vulnerables ni víctimas porque entonces su hombría queda en entredicho hace mucho daño a los adultos masculinos que en la infancia sufrieron abusos sexuales, porque puede ser tremendamente difícil quitarse esos prejuicios de encima y comprender que nadie tiene derecho a hacerles de menos por haber sufrido un atentado contra su integridad sexual, y que ni la vulnerabilidad es una característica femenina ni la fortaleza o agresividad es masculina. 

Los tocamientos no son tan graves como una violación. Si un menor "sólo" sufre abusos sexuales no quedará marcado.

Da lo mismo si ha habido penetración o no durante los abusos, porque eso no determina las secuelas posteriores que tendrá el superviviente. Podemos pensar que es más grave ser violado/a que abusado/a, pero cualquier tipo de violencia sexual que padezca un menor deja huellas en su mente. Y superar o no esas secuelas depende de factores muy diferentes, pero ninguno tiene que ver con el tipo de ASI sufrido. No obstante decirle a un superviviente que si bien sufrió abusos "al menos" no lo violaron implica minimizar los daños que ha padecido, es como si alguien sufre un accidente de coche que lo deja paralítico y le decimos que debe dar gracias de no haberse quedado en coma. Para esa persona las secuelas que padece y el dolor emocional que le generan son reales, las está sintiendo en carne propia, y en esas circunstancias poco importa que los abusos pudieran haber ido a más. Pero lo que sí puede pasarle es que a causa de su baja autoestima -otra secuela- el propio superviviente minimice los abusos que padeció, y en ese caso oírle decir a otra persona que pudo ocurrirle algo más grave reforzará esa idea de que sus ASI no fueron para tanto y que se queja por tonterías. 

Los agresores siempre son hombres.

No tiene por qué. Aunque la mayoría sí lo son, se calcula que alrededor de un 10% de abusadores son mujeres. Por tanto tampoco estamos hablando de algo muy, muy infrecuente.

Las secuelas de los abusos sexuales infantiles se pueden superar fácilmente.

El tiempo que la víctima tarda en sanar sus heridas depende de diferentes factores (básicamente la edad que tenía cuando ocurrió, el tiempo que duró y la relación que mantenía con su agresor antes de los abusos; así como si recibió ayuda o no de su entorno mientras ocurría) pero desde luego no es una situación fácil de superar. Existe el mito de que los niños olvidan rápido o de que no sufren con la misma intensidad que los adultos, pero precisamente es en la infancia cuando, por regla general, las personas nos encontramos más vulnerables ante los ataques externos, porque aún no disponemos de las herramientas para protegernos y comprendernos a nosotros mismos que vamos adquiriendo con los años, al crecer. 

Así pues la lógica me dice que un menor de edad y un adulto -ambos con una buena autoestima- pueden sufrir y sentirse violados en su intimidad cuando son agredidos sexualmente, pero el menor siempre estará más indefenso ante las consecuencias de esa agresión. 

Las secuelas de los abusos sexuales infantiles no se superan nunca, esa persona será infeliz toda la vida.

Pues... ni una cosa ni la otra. Los abusos sexuales infantiles dejan una herida muy profunda en quien los padece, sí, pero eso no significa que las víctimas estemos condenadas a una vida de sufrimiento y dolor. Hay quien desgraciadamente sí, porque además de los ASI se enfrenta a una serie de circunstancias que agravan su baja autoestima y el resto de secuelas en lugar de mejorarlas. Pero si un superviviente encuentra las herramientas para empoderarse, sí es probable que pueda llevar una vida plena y feliz. 

Es complicado, ya que el camino de la sanación no es una fórmula mágica que incluya los pasos a seguir, y muchas veces nos sentimos frustrados o desesperados cuando nos da la impresión de que no estamos avanzando o de que incluso retrocedemos. Es duro, duele, a veces podemos sentirnos morir, pero contar con la ayuda adecuada y ser perseverante acostumbra a dar sus frutos. 

Sin embargo la lucha puede durar más tiempo del que deseamos. En lo personal no conozco a ningún superviviente que no haya estado batallando contra sus demonios mentales al menos un par de años. Pero hay esperanza, y afirmar lo contrario me parece negativo para nosotros, puesto que nos puede llevar a pensar que de alguna manera ya estamos muertos en vida, por lo que no merece la pena creer en nuestra lucha, ya que será en vano. 

Muchos niños se inventan que han sufrido abusos sexuales para llamar la atención, no hay que creer todo lo que ellos nos digan.

Cuando un niño nos cuenta que ha sufrido abusos sexuales hay que creerle SIEMPRE, ya que éstos no mienten sobre algo que no conocen, así que lo primero que hay que pensar es que es verdad. Porque de hecho las estadísticas son muy claras en este aspecto: los niños rara vez mienten en este tema. Existe la posibilidad de que no cuenten toda la situación tal cual se ha dado por miedo o vergüenza (pueden decir, por ejemplo, que un desconocido ha abusado de ellos cuando en realidad el agresor es el padre, precisamente para proteger a éste) pero si dicen que han sufrido abusos sexuales lo peor que pueden hacer los adultos que escuchen esas palabras es tomarlas como una llamada de atención.

Claro que los niños pueden mentir, igual que los adultos. Pero es que la situación acostumbra a ser más bien la contraria: sólo un 2% de los casos de ASI se desvelan mientras se da el abuso, lo que significa que son escasos los niños que sí reciben ayuda al momento. Pensar que esos menores que sí piden ayuda están mintiendo puede provocar que se retracten en falso, que se sientan abandonados, que aumente el sentimiento de culpa... así que en una situación como la planteada hay que tomarse en serio las palabras de ese/a niño/a, asesorarnos con un profesional que tenga experiencia en casos de abusos en la infancia, escuchar a la víctima... y sobre todo transmitirle que la creemos. 

No hablar de los abusos sexuales sufridos en la infancia ayuda a superarlos. No vale la pena recrearse en ese tema cuando ya se es adulto, eso sólo provoca que le demos más importancia de la que merece.

Mi experiencia me dice que no es cierto. Tanto en mi caso como en el de otros supervivientes que conozco callar no sólo no nos ha ayudado sino que ha provocado que normalizáramos las secuelas de los abusos y nos acostumbrásemos a vivir con ellas, como si se tratara de algo inevitable o que formara parte de nuestro caracter. Y así pueden pasar años hasta que los supervivientes rompemos el silencio. Es entonces cuando nos damos cuenta de la devastación, de hasta donde llega la herida y de todos los ámbitos de nuestra vida que han sido infectados por los ASI. 

No es sencillo, porque primero hay que asumir que aunque creíamos tener superado lo que nos hicieron en nuestra infancia jamás llegamos a sanar del todo, y que nos queda un largo camino por recorrer para llegar a recuperarnos. El primer paso es reconocer que fuimos víctimas y el segundo que ahora somos supervivientes. Una vez logrado eso hablar de nuestro dolor y poder compartirlo con nuestros seres queridos es beneficioso por dos razones: la primera porque nos ayuda a escucharnos a nosotros mismos, y a comprender mejor en qué punto nos encontramos; y la segunda porque si nuestros interlocutores nos apoyan sentiremos el cariño que no recibimos de pequeños durante los abusos, lo cual sin duda es importante. Saber que podemos compartir con ellos los avances, miedos, éxitos, dudas... que encontramos en el camino es liberador, porque nos ayuda a sentirnos menos solos y más comprendidos, de alguna forma "nuestro secreto" (que en realidad pertenece a nuestro agresor) deja de serlo. 

En cambio callar lo que nos hicieron, amagarlo como si se tratara de un crimen que hubiéramos cometido nosotros, nos obliga a llevar una doble vida para poder esconder al mundo nuestra condición de supervivientes mientras nos sentimos morir por dentro. Las personas que hemos sufrido ASI tenemos por norma general unas características propias que se diferencian de las de otras personas de nuestro entorno (igual que, por ejemplo, las personas paralíticas, las que han sobrevivido a un atentado o las que han padecido cáncer tienen las suyas) y cuando nos sentimos forzadas a no hablar de ellas por miedo a incomodar a los demás, lo que hacemos es negar una parte muy significativa de nuestro día a día. Porque queramos o no, mientras no hablemos de nuestras secuelas no podremos trabajarlas, lo que hará que sigan afectándonos constantemente. Así que hablar de nuestra herida para muchos supervivientes es parte de la terapia que nos permite superarla. 

Si un niño cercano a mí sufriera abusos sexuales yo lo sabría, me lo contaría, me daría cuenta, detectaría las señales... a mí eso no se me escaparía.

Ya hemos explicado que un menor siempre va a estar en posición vulnerable frente a un adulto (o un niño más mayor) que quiera abusar de él: esto es así. Un hombre o una mujer pederasta le sacará de media unos 20 o 30 años a la criatura de la que pretenden abusar. Y si el agresor es adolescente o muy joven también tendrá una superioridad intelectual y madurativa sobre su víctima. Un joven de, por ejemplo, 18 años puede engañar fácilmente a un niño o niña de 6.  Imaginemos por tanto lo indefenso que se puede encontrar ese menor frente a un adulto que podría ser su padre y que, en muchos casos, lo es. Si el agresor le hace creer que los abusos sexuales deben ser un secreto entre los dos porque de lo contrario otros adultos se enfadarán, o lo regañarán o van a separarlos, etc. la víctima callará e intentará con todas sus fuerzas que nadie se entere de lo que le está pasando. Porque piensa que es su culpa y porque teme las represalias.

Por supuesto que ese niño o niña tendrá secuelas psicológicas por los ASI, pero es que éstas pueden confundirse fácilmente con comportamientos típicos de la edad o con consecuencias de cualquier otra problemática, sobre todo para quien no tiene información sobre abusos sexuales infantiles. Esto ocurre porque un menor que está siendo abusado puede presentar actitudes como negarse a comer determinados alimentos, orinarse en la cama, desarrollar un comportamiento más sumiso o más agresivo del que había tenido hasta entonces, sufrir terrores nocturnos, pesadillas, tener miedos irracionales (por ejemplo, al abandono), buscar la aprobación y el cariño de los padres con más frecuencia que antes, volverse introvertido y solitario... que una persona inexperta puede atribuir a causas como la separación de los padres, bullying, un cambio de colegio o mil situaciones más que normalmente desestabilizan a una criatura.

Y sí, es positivo tener en cuenta que todo eso afecta negativamente a los niños, pero también sería recomendable cuando un niño presenta cambios en su conducta habitual pensar que es posible que esté sufriendo abusos sexuales. Es tan simple como eso, pero sin embargo hay tanto desconocimiento sobre el tema que difícilmente contamos con esa posibilidad. 

O sea que no, es difícil, a menos que sepas sobre secuelas de ASI, que te des cuenta de que un niño de tu entorno los está padeciendo. Por mucho que conozcas a esa criatura en cuestión, por mucho que la quieras y por mucho que la vigiles.