viernes, 29 de junio de 2018

CULPA Y MIEDO (Parte 2, el miedo)


                           
En la entrada anterior intenté explicar por qué las víctimas de abusos sexuales infantiles nos sentimos en muchas ocasiones culpables de las agresiones sufridas, y de qué manera opera esa culpa cuando nos planteamos denunciar a nuestros abusadores o, simplemente, hacer público su delito. En esta ocasión voy a hablar de cómo los abusos provocan una pasividad en la mayoría de supervivientes que también nos limita a la hora de romper el silencio.

Cuando un menor sufre abusos sexuales su autoestima queda dañada. Es necesario que reciba ayuda (tanto del entorno familiar como a ser posible terapéutica) para que no crezca arrastrando un autoconcepto negativo. Si el menor no explica –como ocurre en la mayoría de ocasiones- los abusos a otros adultos de confianza la herida emocional que le ha causado su agresor no sanará, sino que se quedará enquistada y se le hará presente a lo largo de su vida cada vez que tenga que enfrentarse a un reto.

Os pediré que imaginéis cómo se puede sentir una persona que se ve a sí misma indecente, poca cosa, estúpida, insignificante, fea y sin nada que aportar a la sociedad cuando tiene, por ejemplo, que decidir lo que va a estudiar en un futuro. O cuando tiene una relación sentimental y se encuentra con que el trato que le da su pareja no le satisface, pero no se decide a cortar la relación porque cree que esas migajas que le están dando ya son más de lo que realmente merece. O cuando entra a trabajar en un negocio y tiene miedo de meter la pata en cada responsabilidad que asume, porque no se ve capacitada para llevarlas a cabo, pero tampoco para hacerse respetar cuando intuye que sus compañeros o sus jefes se están aprovechando de ella.

Cuando cada ámbito de tu vida está marcado por la sensación de no valer nada acabas convirtiéndote en presa del miedo, a veces a hechos concretos y otras a todo y a nada al mismo tiempo. Miedo a equivocarte, miedo a que los demás se den cuenta de lo poca cosa que eres y se aparten de tu lado, miedo a sentir porque te asusta mucho no saber gestionar esas emociones, miedo a que te hagan daño, a ser tú quien haga daño a los demás, miedo de tus limitaciones porque crees que afectarán negativamente a todo lo que hagas… al final eso se resume en miedo a vivir. No es raro que en muchas ocasiones los supervivientes nos encerremos en nuestra zona de confort, porque aunque esa decisión no nos deja ser felices, al menos tampoco provoca que nuestra situación vaya a peor. O eso creemos.

Personalmente me he pasado años huyendo de todo aquello que creí que podía desestabilizarme. Yo no era consciente de ello, sólo pensaba que estaba escogiendo en cada caso la opción más sensata, pero en el fondo me mentía a mí misma. Lo más “sensato” coincidía siempre en mi mente con lo más seguro. Y así iban pasando los años, metida en mi búnker emocional. Porque salir de él implicaba enfrentarme a situaciones a las que no estaba acostumbrada y que me atemorizaba no saber cómo gestionar. Esa era la peor parte porque me imaginaba que podían pasarme un montón de cosas negativas si salía de mi zona de confort, auguraba todos los riesgos posibles, y ese ejercicio terminaba suponiendo una presión tremenda para mí. Al final acababa poniéndome mil excusas para no dejar aquellos estudios que no me gustaban, para no cambiar de trabajo, para no conocer a alguien, para no aceptar una invitación a tomar café con aquel chico que me miraba de manera especial pero que yo suponía que podía tener intenciones ocultas… porque haciendo todos los días más o menos lo mismo no corría riesgos, o eso prefería creer.

Ahora, volviendo al tema de por qué las personas que han sufrido ASI pueden tardar décadas en hacerlo público, pensad en un superviviente que además de sentirse culpable de sus propios abusos sexuales infantiles también vive con miedo a volver a desbordarse, a sufrir de nuevo, a llevarse decepciones como las que se llevó en la infancia… ¿Creéis que se sentirá con fuerzas de contarle a su entorno más cercano que alguien a quien todos ellos aprecian (no olvidemos que los agresores pueden ser miembros de la propia familia) le destrozó la infancia? ¿Pensáis que esa persona se verá capaz de enfrentarse al desconocimiento y a las preguntas desafortunadas de los demás (“¿Por qué no nos lo dijiste antes, es que no nos quieres?”, “¿Seguro que fue para tanto?”, “¿Cómo puedo saber que dices la verdad?” “¿Y qué pretendes que hagamos ahora, tantos años después?”) cuando tal vez ni ella misma sepa cómo responderlas?

Y si hablamos de denunciar ante un juez a nuestros agresores el asunto aún se vuelve más peliagudo si cabe. Los procesos judiciales por violencia sexual pueden ser muy largos y muy duros. No todos los integrantes del sistema jurídico están preparados para tratar de manera adecuada con las víctimas. Por desconocimiento –otra vez-, por falta de formación en el tema, etc. Es posible que la propia persona denunciante tenga que explicar a los miembros de la sala qué es la amnesia traumática, por qué no pidió ayuda cuando su agresor abusaba de ella o por qué cuando éste la llamaba a su cuarto ella acudía en lugar de negarse. Y será devastador si no tiene muy trabajada su historia.

Como dije en la entrada sobre la culpa, hay otras razones que pueden llevar a una víctima de abusos sexuales infantiles a no denunciar las agresiones una vez se convierte en adulta. Por ejemplo, algunas de las que padecen amnesia no recuerdan sus ASI hasta que estos ya han prescrito (porque sí, los abusos prescriben), y entonces, aunque podrían presentar una demanda igualmente, prefieren no hacerlo teniendo en cuenta que sus agresores no serían condenados.

Sin embargo, la mayoría de veces la respuesta a esa cuestión es que los supervivientes de abusos sexuales infantiles no nos sentimos preparados para romper el silencio: tenemos la autoestima dañada, nos consideramos demasiado vulnerables y demasiado indecentes para enfrentarnos a las consecuencias de buscar justicia. La única solución si deseamos superarlo es que trabajemos nuestras secuelas con la finalidad de empoderarnos. Podemos hacerlo con o sin la ayuda de un profesional, pero de cualquier modo se trata de un camino que acostumbra a durar años.

Primero la persona superviviente necesita entender que muchas de sus limitaciones son fruto de un trauma psicológico que precisa tratamiento, luego atreverse a dar ese paso, y finalmente recorrer todo el proceso hasta sanar. Eso lleva tiempo, no ocurre milagrosamente cuando la víctima cumple dieciocho años y entra de forma legal al mundo de los adultos. O al menos no es lo más común.

CULPA Y MIEDO (Parte 1, la culpa)


                    
Muchas personas se preguntan por qué las víctimas de abusos sexuales en la infancia no denuncian a sus agresores una vez llegan a adultos. Hay quien entiende que los niños no tienen la capacidad de pedir ayuda cuando alguien más mayor abusa de ellos, pero les parece ilógico que a los dieciocho, veinte, treinta o cuarenta años esos supervivientes continúen callando lo que les hicieron. La respuesta esconde muchas variables –pues no olvidemos que hay víctimas que padecimos amnesia traumática, la cual puede durar décadas; o que algunos niños eran demasiado pequeños cuando fueron abusados para recordar quién es su agresor-, pero dejando de lado las razones más particulares de cada persona, considero que los motivos principales son la culpa y el miedo. En esta entrada voy a hablar de la primera.

¿Por qué los supervivientes y víctimas de abusos sexuales infantiles sentimos culpa? Pues básicamente porque así nos lo enseñaron nuestros agresores. Y ni siquiera es necesario que lo digan a las claras (aunque algunos, de forma sutil o no, sí que lo hacen), basta con que de pequeños nos sintiéramos parte necesaria de los abusos para que de mayores tengamos la seguridad de que pudimos haberlos evitado pero no lo hicimos. Las razones para responsabilizarnos de nuestros propios abusos pueden ser muy variadas: porque no nos negamos cuando el agresor abusó de nosotros por primera vez, porque no gritamos, porque jamás se lo contamos a nadie, porque tal vez sí lo contamos pero al no recibir ayuda dejamos de explicarlo, porque obedecíamos a nuestros abusadores cada vez que nos pedían que nos desnudáramos o que guardáramos silencio, porque acudíamos a sus llamadas a pesar de saber que volverían a abusar de nosotros… incluso hay supervivientes que se culpan de haber sido demasiado tímidos o dóciles de pequeños porque creen que ese carácter propició que sus agresores los eligiesen como víctimas.

Aunque muchas personas no lo entiendan los abusos sexuales infantiles dejan un enorme poso de culpa en quienes los hemos vivido, porque ocurren en un momento en que no tenemos herramientas para defendernos de ellos, y cuando somos lo suficientemente mayores para entender la magnitud del daño también creemos comprender que si la primera vez hubiéramos denunciado la situación a los cuatro vientos es posible que los abusos se hubieran detenido en el tiempo. Pero es que esa creencia es equivocada, porque un menor de edad no tiene la información ni la madurez suficiente para detectar que, por ejemplo, lo que le está haciendo su querido primo mayor es un delito. Tampoco sabe lo que es el sexo, ni por qué su cuerpo experimenta esas sensaciones durante los abusos, ni está preparado para asimilar que alguien a quien ama –y que en muchos casos debería cuidarlo y protegerlo- pueda hacerle daño.

Muchos adultos sí sabemos que a veces una persona puede decir que nos quiere y a la vez hacernos mucho daño, pero los niños no entienden que sus padres, profesores, abuelos, tíos, los padres de sus amigos… son capaces de herirlos adrede en lo más profundo. De alguna manera u otra creen en la bondad de esos adultos y aceptar que éstos no los quieren de manera sana o que no son merecedores de su confianza es devastador para ellos. En cambio asumir de pequeños que nosotros tenemos toda o parte de la culpa también fue doloroso, pero nos evitó renunciar al cariño de ese adulto que nos amaba (o eso afirma) y nos hacía daño a la vez.

Además, también nos permitió confiar en que podíamos seguir viviendo y queriendo sin preocuparnos porque alguien volviera a destruirnos. Y eso es muy importante para los niños, porque si algo deseamos en la infancia es cariño y seguridad. Una personita de cinco, ocho, diez o trece años no puede levantarse por las mañanas pensando que cualquier adulto que la rodea podría traicionarla como ya lo hizo su agresor. Si es difícil para alguien de edad más avanzada imaginad para un niño. Así que inconscientemente escogemos la opción que nos resulta menos dolorosa: asumir parte de culpa de lo que nos han hecho.

Y de esta manera la víctima crece con el sentimiento de que durante su infancia hizo algo sucio, horrible y asqueroso que no puede compartir con nadie porque si lo hace sus oyentes la odiarán por haber “tomado parte” en los ASI.

De la misma manera el desconocimiento sobre todo lo que rodea los abusos sexuales en la infancia es tan grande que muchas veces a lo largo de nuestra vida los supervivientes oiremos comentarios que reforzarán ese sentimiento de culpa. En mi caso, cuando he presenciado conversaciones sobre los abusos sexuales en la infancia he asistido a “perlitas” como las siguientes: “Si te violan cuando eres pequeño/a no tardas veinte años en contarlo, y si lo haces es porque quieres llamar la atención, conseguir dinero o porque mientes” o “¿A qué viene ahora que X famosa cuente que sufrió abusos sexuales en la infancia, tanto tiempo después? Lo que debe hacer es superarlo y no menear la mierda de hace tres décadas” o también “Unos tocamientos no son tan graves, eso se puede superar fácilmente, no es como si te violan. No veo por qué los niños que los sufren tienen que quedar marcados por eso”.

Aseveraciones todas ellas carentes de empatía para con las víctimas y fruto de la ignorancia sobre el tema, que refuerzan nuestra creencia de que no fue para tanto y de que si contamos lo que nos hicieron nadie nos va a entender porque en parte somos responsables de haberlo permitido, de haber callado o incluso de haber continuado viviendo después de aquello.

Y así como ninguno de nosotros confesaría de buen grado un delito, nadie que se siente culpable de haber provocado o permitido sus propios abusos sexuales va a atreverse de un día para otro a denunciar a su agresor.

ENCAJANDO LAS PIEZAS (mi historia)

                  
La historia de mi pasado, de lo que me ha convertido en lo que soy ahora, está incompleta. Tengo lagunas sobre periodos de mi vida que están en blanco o sobre episodios puntuales que soy incapaz de recordar. Parte de esas lagunas tiene que ver con mis abusos sexuales infantiles (a partir de ahora ASI). 

He pasado gran parte de mi vida sin recordar que los había sufrido hasta hace menos de diez años, cuando yo tenía veinte. Lo único que viene a mi memoria cuando rememoro ese día es que me sentí tremendamente descolocada. Me preguntaba si era posible que lo que acababa de recordar fuera un abuso sexual y acto seguido intenté comprender (sin mucho éxito) qué significaba eso en mi vida. Creo que fue la primera vez que hice un repaso de la misma y comprendí que mi existencia hasta ese momento había sido muy distinta a lo que yo pensaba.

Porque lo curioso es que hasta ese momento yo estaba convencida de que era una persona feliz. Así se lo habría asegurado a cualquiera que me hubiera hecho esa pregunta. Era joven, tenía salud, unos padres que me querían, estaba estudiando, tenía pocos amigos pero buenos… ¿Qué más podía desear? La tristeza que me embargaba por épocas, mis crisis anímicas, el hecho de sentirme muchas veces como si mis emociones viajaran sobre una montaña rusa, mi apatía por los pequeños detalles de la vida… todo eso, creía yo, era fruto de que no sabía valorar lo que tenía ¿Qué otra explicación podía haber? Antes de recordar los abusos nunca se me habría ocurrido imaginar que había pasado por una experiencia similar pero que padecía amnesia traumática.

Y, sin embargo, es un tipo de amnesia muy común en víctimas y supervivientes de ASI. No significa que todos la suframos, pero sí un porcentaje importante de nosotros. Tengamos en cuenta que la violencia sexual en la infancia supone una conmoción enorme en la mente y el cuerpo del menor que la sufre, la vida tal como la conoce desaparece, sus esquemas dejan de tener sentido, y por eso necesita encontrar nuevos mecanismos que lo ayuden a sobrevivir o de lo contrario no podría soportarlo. Uno de esos mecanismos es la amnesia. Como ya he dicho puede ser que las víctimas no olviden ninguna de las agresiones sufridas, pero también puede ser que olviden sólo una parte de ellas o que su mente bloquee todos los recuerdos relacionados con los abusos. Esto último fue lo que me pasó a mí.

Aquel día a mis veinte años recordé un abuso sexual que sufrí a los diez años durante una excursión escolar. El agresor fue un desconocido que me masturbó por encima de la ropa y frotó su miembro contra mi entrepierna. Fue el primer abusador que vino a mi memoria pero no el único, porque posteriormente, con casi veinticinco, recordé haber sufrido ya abusos antes de los diez años. Desconozco cuántas veces lo hizo esa persona, ni la edad exacta que tenía yo cuando ocurrió, porque mis recuerdos son incompletos. Pero recuerdo que siendo una niña bastante pequeña (tal vez unos seis años) pensé que no podía decirle a ningún adulto que "esa persona" me estaba tocando la vulva porque si lo hacía quizás me regañarían a mí por permitirlo. También recuerdo sensaciones físicas, así como estar con mi madre y pensar que no quería que él volviera porque a lo mejor me hacía “eso”. Y “eso” eran abusos sexuales.

Recordar a ese primer agresor coincidió con un periodo de mi sanación en que avancé muy rápido, pero he de decir que desde que supe que había sido víctima de abusos sexuales infantiles algo en mi vida se rompió para no volver a ser igual. No obstante y en contra de lo que yo misma habría esperado, recuperar aquel recuerdo fue positivo para empezar a curar las secuelas que arrastraba.

Si hasta entonces había vivido a espaldas de mis propias agresiones, a partir de los veinte años empecé a buscar ayuda para superarlas. Primero me registré en un foro de internet para supervivientes de ASI, el cual recomiendo a cualquiera que se atreva a compartir sus vivencias sobre abusos sexuales a través de la red (Forogam.com). El hecho de que gran parte de los subapartados del foro sean privados –hay que haber escrito varios mensajes en los espacios públicos para poder ir accediendo paulatinamente a los que no lo son- me dio seguridad, y una vez me registré ya no hubo vuelta atrás. Conocí a otras personas que no sólo habían sentido lo mismo que yo en su infancia sino que podían entender a la perfección mis dudas e inseguridades en la edad adulta, porque ellas también las tenían. Varias de ellas están hoy día en mi vida, son amigas y seguimos apoyándonos de forma mutua, pero dejando eso aparte en aquel momento entrar en contacto con otros supervivientes me sirvió para romper mitos que yo misma tenía entorno al abuso sexual infantil, así como para plantearme que si esas personas compartían muchas de las actitudes y comportamientos que yo tenía y que siempre había considerado rarezas mías tal vez es que en realidad eran secuelas.

Considero que aquel fue el primero de los pasos que di. El segundo fue comenzar una terapia individual que aunque al final no fue definitiva (cambié de profesional años después al constatar que con mi primera terapeuta llevaba tiempo estancada y sin avanzar) me ayudó a demoler algunas creencias sobre mí de los más injustas y limitantes, porque la verdad es que en aquella época, como decía mi terapeuta, yo me hablaba muy mal a mí misma. Me sentía tan sucia e insignificante que cada error que cometía lo magnificaba y me vituperaba con crueldad, convencida de que eso era lo que me merecía. Llegué a terapia con la autoestima muy baja pero admito que el esfuerzo ha dado sus frutos, porque si me comparo con la persona que era a los veinte años percibo enseguida el cambio que he dado, un cambio que sin lugar a dudas ha sido positivo. Mi segunda terapeuta me ha ayudado mucho en ese camino, pero también es verdad que he trabajado duro para conseguir cada avance a pesar de que cuando comencé la aventura de mi sanación me creía inútil para lograrlo.

Sin embargo ahora, varios años después, me siento lo suficiente segura de mí misma para abrir este blog en internet. Es un proyecto que lleva tiempo en mi cabeza pero que nunca había puesto en marcha por miedo. No obstante en estos momentos de mi vida creo que puede ser positivo tanto para mí como para otras personas. Considero que no estoy curada al 100%, de hecho sigo yendo a terapia, participo en ForoGAM y asisto además a un grupo de ayuda mutua presencial. Continúo sin recordar muchas cosas sobre mis abusos y aún tengo secuelas que van y vienen por temporadas pero ahora tengo la certeza de que ni dominan ni dominarán mi vida en un futuro.

Hoy en día puedo decir que aunque tal vez siempre haya en mí alguna huella de las malas experiencias vividas en la infancia ya no me importa, porque he aprendido a ser feliz con ello. Se puede sobrevivir a un abuso sexual infantil, y aunque cada superviviente debe recorrer su propio camino, cometer sus propios errores y llorar sus propias lágrimas de acuerdo con sus circunstancias personales, mi experiencia es que la constancia y el trabajo continuo (además de dar con las personas y las herramientas adecuadas) pueden ser grandes aliados en esta lucha.

ROMPER EL SILENCIO


                                       
Cuando era niña sufrí abusos sexuales por parte de dos personas (que yo recuerde), lo que me convirtió primero en víctima y, más adelante, en superviviente de violencia sexual.

Esa es la palabra que utilizo para referirme a mí, porque una vez finalizaron los abusos –y por tanto cuando ya dejé de ser víctima de dicho delito- pasé años intentando sobrevivir a las secuelas que esas agresiones dejaron en mi mente, a pesar de que la inmensa mayoría de veces ni siquiera sabía que lo estaba haciendo. Sentía que dentro de mí todo estaba seco, yermo, congelado… pero que nada de eso tenía que ver con los abusos, ya que estaba firmemente convencida de que yo era una persona mediocre, rara e insignificante, y que no había otra razón que justificase mi apatía y mis miedos. Era tanto el desconocimiento que yo misma tenía sobre abusos infantiles que cuando fui consciente de que los había vivido seguí sin comprender el daño que me habían causado, a pesar de que me destrozaron por dentro desde niña.

La verdad es que las secuelas que dejan los abusos sexuales en la infancia son muchas y muy variadas, pero en mi caso podrían resumirse en baja autoestima, inseguridad, poca ilusión por la vida, miedo al futuro, el sentimiento de que no merecía nada bueno que me pudiera pasar y también la sensación de llevar una marca en la frente que me apartaba de la normalidad. Porque si algo tenía claro es que yo era diferente al resto de personas que me rodeaban: yo estaba sucia y ellas no. Yo era estúpida y ellas no. Yo no valía nada y ellas en cambio se merecían lo mejor. Yo tenía el futuro escrito: iba a ser infeliz toda la vida. Ellas en cambio sí podían aspirar a una vida feliz, acompañadas de personas que las quisieran por lo que eran y no por lo que fingían ser, seguras de sí mismas y sabedoras de que merecían amarse y respetarse.

Tardé mucho en empezar a entender que yo también era un ser humano como los demás, y no la mujer asquerosa que creía fervientemente que era. Sin embargo ahora sé que soy una superviviente, alguien que tiene muy claro que está herida pero que lucha día a día por recuperarse de su dolor. Y no tengo idea de qué me espera en un futuro pero ya no vivo con miedo a que mis esfuerzos por sentirme satisfecha con mi vida salgan mal, como me pasaba antes, ya no pienso que acabaré fracasando sí o sí en mi lucha por aceptarme a mí misma como soy ni me siento morir por eso.

Así que aprovechando que ahora me considero capaz de mirar a la cara a mis terrores y enfrentarlos me he decidido a compartir mi experiencia a través de este especio. El blog que estáis observando pretende ser una herramienta para que otros supervivientes se sientan acompañados, pero también para que quienes nunca han sufrido abusos sexuales en la infancia puedan entender qué se nos pasa por la cabeza a quienes hemos transitado por esta experiencia, cómo vivimos, contra qué luchamos, pero también cuál es la realidad que se esconde detrás de los abusos sexuales en la infancia.

Porque por cada menor abusado existe una familia que guarda silencio o que no está preparada para detectar las señales que ese abuso a dejado en su hijo/a, pero también existe un agresor que –según las estadísticas- habrá utilizado sexualmente a nueve niños de media antes de que alguien le descubra. Y en gran parte esta situación es posible gracias a los mitos, los tabús, al secretismo y al recelo con que envolvemos los abusos en la infancia. En los últimos años con las agresiones sexuales cometidas por miembros de la Iglesia Católica en todo el mundo o con casos particulares como el de Los Maristas en España se ha empezado a hablar un poco más sobre ese tema, pero todo ello es sólo la punta del iceberg. Se considera que un 25% de niñas y un 15% de niños sufren abusos sexuales antes de cumplir dieciocho años. Y en la mayoría de casos el agresor es alguien conocido para las víctimas, incluso un familiar.

En realidad las cifras son demoledoras, pero no sólo para quienes las leen sin tener ningún conocimiento del tema, sino sobre todo y principalmente para aquellas personas que las han sufrido en propia carne. Es por eso que con mi blog persigo tres finalidades: apoyar de alguna manera a víctimas y supervivientes, visibilizar los abusos sexuales infantiles para los lectores que no tengan información sobre sus características, y finalmente ofrecer datos que ayuden a prevenir futuros casos.

Si has sufrido abusos en la infancia espero que mis palabras aporten un poco de paz a tu realidad. Si en cambio no te ha pasado gracias por quedarte a leerme, ya que no debemos olvidar que según las cifras todos conocemos a alguna víctima o superviviente, y no me cabe duda de que con este gesto accederás a información que puede serte muy valiosa si un día alguno de tus conocidos, amigos, familiares… se atreve a contarte que sufrió abusos sexuales en la infancia. Y aunque no te lo cuenten de primeras, puede que saber de tu interés por el tema les ayude a abrirse más adelante.

Así pues sois todos bienvenidos, siempre y cuando tengáis intención de aprender y compartir. Lo que escriba en este espacio se basará en mi experiencia y en lo que he ido descubriendo a través de la lectura de material sobre abusos sexuales en la infancia, conversaciones con profesionales informados sobre el asunto y el contacto con otros supervivientes. Por supuesto no habrá nombres, datos ni vivencias ajenas reflejadas en este blog. Sólo hablaré de las mías, pero sí que incluiré todos aquellos rasgos genéricos en víctimas o supervivientes de los que haya tenido conocimiento en estos años. En resumen: todo será anónimo, pero todo será real.

Mi deseo es que podáis acceder a información de primera mano sobre esta lacra que son los abusos sexuales en la infancia. Porque los menores que los sufren no los superan cuando las agresiones terminan a menos que reciban el apoyo de sus familiares y la ayuda de un buen profesional en el tema. Al contrario, si nadie los ayuda, si nadie los cree, si nadie se pone de su parte se convertirán en adultos que el día de mañana arrastrarán graves secuelas psicológicas que les impedirán hacer una vida plena y feliz. Por esta razón es tan importante estar informados. Y en eso creo humildemente que puedo ayudar aunque sólo sea un poco.