viernes, 29 de junio de 2018

CULPA Y MIEDO (Parte 2, el miedo)


                           
En la entrada anterior intenté explicar por qué las víctimas de abusos sexuales infantiles nos sentimos en muchas ocasiones culpables de las agresiones sufridas, y de qué manera opera esa culpa cuando nos planteamos denunciar a nuestros abusadores o, simplemente, hacer público su delito. En esta ocasión voy a hablar de cómo los abusos provocan una pasividad en la mayoría de supervivientes que también nos limita a la hora de romper el silencio.

Cuando un menor sufre abusos sexuales su autoestima queda dañada. Es necesario que reciba ayuda (tanto del entorno familiar como a ser posible terapéutica) para que no crezca arrastrando un autoconcepto negativo. Si el menor no explica –como ocurre en la mayoría de ocasiones- los abusos a otros adultos de confianza la herida emocional que le ha causado su agresor no sanará, sino que se quedará enquistada y se le hará presente a lo largo de su vida cada vez que tenga que enfrentarse a un reto.

Os pediré que imaginéis cómo se puede sentir una persona que se ve a sí misma indecente, poca cosa, estúpida, insignificante, fea y sin nada que aportar a la sociedad cuando tiene, por ejemplo, que decidir lo que va a estudiar en un futuro. O cuando tiene una relación sentimental y se encuentra con que el trato que le da su pareja no le satisface, pero no se decide a cortar la relación porque cree que esas migajas que le están dando ya son más de lo que realmente merece. O cuando entra a trabajar en un negocio y tiene miedo de meter la pata en cada responsabilidad que asume, porque no se ve capacitada para llevarlas a cabo, pero tampoco para hacerse respetar cuando intuye que sus compañeros o sus jefes se están aprovechando de ella.

Cuando cada ámbito de tu vida está marcado por la sensación de no valer nada acabas convirtiéndote en presa del miedo, a veces a hechos concretos y otras a todo y a nada al mismo tiempo. Miedo a equivocarte, miedo a que los demás se den cuenta de lo poca cosa que eres y se aparten de tu lado, miedo a sentir porque te asusta mucho no saber gestionar esas emociones, miedo a que te hagan daño, a ser tú quien haga daño a los demás, miedo de tus limitaciones porque crees que afectarán negativamente a todo lo que hagas… al final eso se resume en miedo a vivir. No es raro que en muchas ocasiones los supervivientes nos encerremos en nuestra zona de confort, porque aunque esa decisión no nos deja ser felices, al menos tampoco provoca que nuestra situación vaya a peor. O eso creemos.

Personalmente me he pasado años huyendo de todo aquello que creí que podía desestabilizarme. Yo no era consciente de ello, sólo pensaba que estaba escogiendo en cada caso la opción más sensata, pero en el fondo me mentía a mí misma. Lo más “sensato” coincidía siempre en mi mente con lo más seguro. Y así iban pasando los años, metida en mi búnker emocional. Porque salir de él implicaba enfrentarme a situaciones a las que no estaba acostumbrada y que me atemorizaba no saber cómo gestionar. Esa era la peor parte porque me imaginaba que podían pasarme un montón de cosas negativas si salía de mi zona de confort, auguraba todos los riesgos posibles, y ese ejercicio terminaba suponiendo una presión tremenda para mí. Al final acababa poniéndome mil excusas para no dejar aquellos estudios que no me gustaban, para no cambiar de trabajo, para no conocer a alguien, para no aceptar una invitación a tomar café con aquel chico que me miraba de manera especial pero que yo suponía que podía tener intenciones ocultas… porque haciendo todos los días más o menos lo mismo no corría riesgos, o eso prefería creer.

Ahora, volviendo al tema de por qué las personas que han sufrido ASI pueden tardar décadas en hacerlo público, pensad en un superviviente que además de sentirse culpable de sus propios abusos sexuales infantiles también vive con miedo a volver a desbordarse, a sufrir de nuevo, a llevarse decepciones como las que se llevó en la infancia… ¿Creéis que se sentirá con fuerzas de contarle a su entorno más cercano que alguien a quien todos ellos aprecian (no olvidemos que los agresores pueden ser miembros de la propia familia) le destrozó la infancia? ¿Pensáis que esa persona se verá capaz de enfrentarse al desconocimiento y a las preguntas desafortunadas de los demás (“¿Por qué no nos lo dijiste antes, es que no nos quieres?”, “¿Seguro que fue para tanto?”, “¿Cómo puedo saber que dices la verdad?” “¿Y qué pretendes que hagamos ahora, tantos años después?”) cuando tal vez ni ella misma sepa cómo responderlas?

Y si hablamos de denunciar ante un juez a nuestros agresores el asunto aún se vuelve más peliagudo si cabe. Los procesos judiciales por violencia sexual pueden ser muy largos y muy duros. No todos los integrantes del sistema jurídico están preparados para tratar de manera adecuada con las víctimas. Por desconocimiento –otra vez-, por falta de formación en el tema, etc. Es posible que la propia persona denunciante tenga que explicar a los miembros de la sala qué es la amnesia traumática, por qué no pidió ayuda cuando su agresor abusaba de ella o por qué cuando éste la llamaba a su cuarto ella acudía en lugar de negarse. Y será devastador si no tiene muy trabajada su historia.

Como dije en la entrada sobre la culpa, hay otras razones que pueden llevar a una víctima de abusos sexuales infantiles a no denunciar las agresiones una vez se convierte en adulta. Por ejemplo, algunas de las que padecen amnesia no recuerdan sus ASI hasta que estos ya han prescrito (porque sí, los abusos prescriben), y entonces, aunque podrían presentar una demanda igualmente, prefieren no hacerlo teniendo en cuenta que sus agresores no serían condenados.

Sin embargo, la mayoría de veces la respuesta a esa cuestión es que los supervivientes de abusos sexuales infantiles no nos sentimos preparados para romper el silencio: tenemos la autoestima dañada, nos consideramos demasiado vulnerables y demasiado indecentes para enfrentarnos a las consecuencias de buscar justicia. La única solución si deseamos superarlo es que trabajemos nuestras secuelas con la finalidad de empoderarnos. Podemos hacerlo con o sin la ayuda de un profesional, pero de cualquier modo se trata de un camino que acostumbra a durar años.

Primero la persona superviviente necesita entender que muchas de sus limitaciones son fruto de un trauma psicológico que precisa tratamiento, luego atreverse a dar ese paso, y finalmente recorrer todo el proceso hasta sanar. Eso lleva tiempo, no ocurre milagrosamente cuando la víctima cumple dieciocho años y entra de forma legal al mundo de los adultos. O al menos no es lo más común.

No hay comentarios:

Publicar un comentario