domingo, 7 de abril de 2019

SOLOS


La infancia es esa época de la vida en que asentamos las bases de lo que será nuestra visión del mundo a medida que crezcamos, así como de nosotros mismos. Por eso cuando una persona vive su niñez en un ambiente positivo para su desarrollo, el concepto que adoptará sobre ella misma será el de un ser humano valioso, que merece que lo amen y lo traten con consideración. Así, poco a poco irá desarrollando herramientas para aprender a cuidarse y a satisfacer sus propias necesidades, hasta que llegue a la edad adulta y sea autónoma. Por el contrario, si esa persona sufre cualquier tipo de trauma en la niñez (una agresión sexual, por ejemplo), o crece en un entorno familiar inseguro, es fácil que se haga mayor con todo tipo de carencias afectivas y sin tener claro si realmente existe un lugar en el mundo para ella.

De hecho, es muy probable que tarde años en sentir que es digna de ocupar dicho lugar. Porque aquí entra en juego un concepto clave: la autoestima. Si una criatura se hace mayor sintiendo que no vale lo suficiente para que la quieran y acepten por lo que es, se verá el resto de su vida como alguien que no merece amor, ni confianza, ni reconocimiento. Es duro tener esa opinión de uno/a mismo/a, pero sobre todo es un problema cuando intentamos desarrollarnos como individuos. Y, por ende, también cuando nos relacionamos.

Y es que voy a decir algo que tal vez parezca una obviedad, pero no hay que olvidar que, si nuestro propio autoconcepto es el de personas insignificantes, a los demás por norma general los veremos como superiores a nosotros. Para quienes nunca lo habéis experimentado, os invito a imaginar cómo os habríais sentido si durante prácticamente toda vuestra vida os hubierais relacionado sólo con personas más bondadosas, más atractivas, más inteligentes, más capaces, más valientes, más fuertes, más carismáticas, más felices… que vosotros. Pues esa es la realidad de la mayoría de supervivientes, ya que aunque no sea cierto nosotros crecemos tan convencidos de ello como de que respiramos. Y es durante este proceso cuando creamos una especie de división inconsciente: las demás personas, que son válidas, que llevan una vida normal, luminosa… y nosotros, que representamos lo opuesto. Nos cuesta querer al ser que vemos en el espejo porque lo tratamos con una dureza extrema. Y claro, ¿Cómo vivir pensando, ya sea de forma consciente o inconsciente, en mayor o menor grado, que no merecemos cariño?

Una forma muy común es intentar ganárnoslo, y para ello muchas veces nos anulamos como personas: cediendo cuando no lo deseamos, esforzándonos por esconder el rastro de culpa que vemos en muchas de nuestras acciones, pasando por alto lo que nos dicen nuestras tripas a favor de las opiniones o deseos de otros, y adoptando roles que nos alejan cada vez más de quien realmente queremos ser. Y al final ese es el caldo de cultivo perfecto para el maltrato emocional. Porque que alguien nos preste atención o nos valore es un regalo que a nuestros ojos no merecemos. Así, acabamos agradeciendo de manera desmesurada los favores que nos hacen (y muchas veces sintiéndonos en deuda por eso) o, de forma paradójica, nos volvemos anti sociales por miedo a que un día u otro decepcionemos a nuestro entorno. Y en el primer caso, si en algún momento esas personas dejan de tratarnos bien lo más probable es que adoptemos dos actitudes: o lo encontraremos normal y lo asumiremos como inevitable, o pensaremos que ha sido culpa nuestra y nos anularnos para “ganarnos” de nuevo el cariño de aquellos seres que nos ofrecieron más de lo que, aunque fuera inconscientemente, creíamos merecer.

Con el tiempo, si logramos verlo en perspectiva, nos daremos cuenta de que se trata de una secuela más. La sensación de aislamiento y soledad que generan traumas como los ASI es parecida a estar atrapados en una isla desierta a la que nadie se esforzaría nunca en llegar para hacernos compañía porque, al revés que nosotros, pueden vivir en lugares mucho más paradisíacos. Mientras no tengamos trabajado el trauma y sanada esa área, nos sentiremos como el vestido de rebajas feo y desteñido que la gente compra porque no hay ningún otro en la tienda, pero que en caso contrario no llamaría nunca la atención. O como la persona menos agraciada de la fiesta con la que nadie quiere bailar a menos que sea por pena o por compromiso…

Es complicado. En el fondo no deja de ser una cuestión de miedo. Nos sentimos solos porque no acabamos de creer que tengamos derecho a sentirnos de otra forma, y no lo acabamos de creer porque no nos queremos. Así, la soledad empieza por nosotros mismos, en nuestro interior. Nos cuesta valorar nuestra propia compañía, y así resulta muy difícil ver todo lo que tenemos para ofrecer. Nos auto abandonamos y, siendo de esa manera, ¿Cómo podemos confiar en que los demás sí apreciarán nuestra presencia en su vida? El caso es que al final, de un modo u otro, tenemos una sensación de soledad, sea porque estamos negando nuestra propia identidad para que nos acepten, porque vivimos rodeados de personas con quienes no nos sentimos plenos pero no nos atrevemos a buscar un cambio por si resulta que acabamos descubriendo que en el fondo eso es mejor que nada, o porque no permitimos que nuestro entorno nos conozca como realmente somos a causa del temor a que salgan corriendo. O por todo a la vez.

Hasta que llegue un momento en que, por mucho que nos hayamos acomodado a vivir así, nos resulte tan vacío que acabemos pidiendo ayuda, de un profesional o de otra persona que nos inspire confianza. Y poco a poco vayamos comprendiendo primero cuáles son los mecanismos que nos están limitando, y después cambiándolos por otros que nos permitan llevar una vida plenamente feliz. Eso que nos merecemos, aunque en algún momento de ella asumiéramos lo contrario.

4 comentarios:

  1. Muy buena entrada, Nu. Has explicado muy clarito como nos hemos sentido durante mucho tiempo: raros, y, por tanto solos. Solos porque nos lo merecemos, como tú bien dices que nos creemos. En mi caso, justo la secuela de "producir para ser querido" (Sobreadaptación) es la que más me costó sacarme de encima...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Uf... recuerdo que cuando leí por primera vez una lista de las secuelas más comunes en supervivientes, fue una con las que más me identifiqué. Corría el año 2011 y aún vivía en plena negación, pero hasta yo me daba cuenta entonces de que vivía preguntándome cómo podía complacer al resto del mundo, sobre todo si eran personas que me habían tratado bien. Gracias por tu comentario!

      Eliminar
  2. Acabas de describir exactamente todo lo que me ha pasado los últimos meses y ahora empiezo a ser consciente y a trabajar en mi por que el problema está en como me relaciono yo y en como me veo yo no en como me ven o en que piensan los demás de mi ,gracias por que aunque me he hartado de llorar me he dado cuenta de lo mucho que aún tengo que trabajar.gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro mucho si esta entrada te ha ayudado a reflexionar sobre tu situación. De verdad, me alegro infinitamente. Verás como hay luz al final del camino. Un abrazo.

      Eliminar