La
infancia es esa época de la vida en que asentamos las bases de lo que será
nuestra visión del mundo a medida que crezcamos, así como de nosotros mismos.
Por eso cuando una persona vive su niñez en un ambiente positivo para su
desarrollo, el concepto que adoptará sobre ella misma será el de un ser humano
valioso, que merece que lo amen y lo traten con consideración. Así, poco a poco
irá desarrollando herramientas para aprender a cuidarse y a satisfacer sus
propias necesidades, hasta que llegue a la edad adulta y sea autónoma. Por el
contrario, si esa persona sufre cualquier tipo de trauma en la niñez (una
agresión sexual, por ejemplo), o crece en un entorno familiar inseguro, es
fácil que se haga mayor con todo tipo de carencias afectivas y sin tener claro
si realmente existe un lugar en el mundo para ella.
De
hecho, es muy probable que tarde años en sentir que es
digna de ocupar dicho lugar. Porque aquí entra en juego un concepto clave: la
autoestima. Si una criatura se hace mayor sintiendo que no vale lo suficiente
para que la quieran y acepten por lo que es, se verá el resto de su vida como
alguien que no merece amor, ni confianza, ni reconocimiento. Es duro tener esa
opinión de uno/a mismo/a, pero sobre todo es un problema cuando intentamos desarrollarnos
como individuos. Y, por ende, también cuando nos relacionamos.
Y es
que voy a decir algo que tal vez parezca una obviedad, pero no hay que olvidar
que, si nuestro propio autoconcepto es el de personas insignificantes, a los demás
por norma general los veremos como superiores a nosotros. Para quienes nunca lo
habéis experimentado, os invito a imaginar cómo os habríais sentido si durante
prácticamente toda vuestra vida os hubierais relacionado sólo con personas más
bondadosas, más atractivas, más inteligentes, más capaces, más valientes, más
fuertes, más carismáticas, más felices… que vosotros. Pues esa es la realidad
de la mayoría de supervivientes, ya que aunque no sea cierto nosotros crecemos
tan convencidos de ello como de que respiramos. Y es durante este proceso
cuando creamos una especie de división inconsciente: las demás personas, que
son válidas, que llevan una vida normal, luminosa… y nosotros, que representamos
lo opuesto. Nos cuesta querer al ser que vemos en el espejo porque lo tratamos
con una dureza extrema. Y claro, ¿Cómo vivir pensando, ya sea de forma
consciente o inconsciente, en mayor o menor grado, que no merecemos cariño?
Una
forma muy común es intentar ganárnoslo, y para ello muchas veces nos anulamos
como personas: cediendo cuando no lo deseamos, esforzándonos por esconder el
rastro de culpa que vemos en muchas de nuestras acciones, pasando por alto lo
que nos dicen nuestras tripas a favor de las opiniones o deseos de otros, y adoptando
roles que nos alejan cada vez más de quien realmente queremos ser. Y al final
ese es el caldo de cultivo perfecto para el maltrato emocional. Porque que
alguien nos preste atención o nos valore es un regalo que a nuestros
ojos no merecemos. Así, acabamos agradeciendo de manera desmesurada los favores
que nos hacen (y muchas veces sintiéndonos en deuda por eso) o, de forma
paradójica, nos volvemos anti sociales por miedo a que un día u otro
decepcionemos a nuestro entorno. Y en el primer caso, si en algún momento esas
personas dejan de tratarnos bien lo más probable es que adoptemos dos
actitudes: o lo encontraremos normal y lo asumiremos como inevitable, o pensaremos que ha sido culpa nuestra y nos anularnos para “ganarnos” de nuevo el cariño de aquellos seres que
nos ofrecieron más de lo que, aunque fuera inconscientemente, creíamos merecer.
Con el tiempo, si logramos verlo en perspectiva, nos daremos cuenta de que se trata de una secuela más. La sensación de aislamiento y soledad que generan traumas
como los ASI es parecida a estar atrapados en una isla desierta a la que nadie se
esforzaría nunca en llegar para hacernos compañía porque, al revés que nosotros, pueden vivir en lugares
mucho más paradisíacos. Mientras no tengamos trabajado el trauma y sanada esa
área, nos sentiremos como el vestido de rebajas feo y desteñido que la gente compra
porque no hay ningún otro en la tienda, pero que en caso contrario no llamaría
nunca la atención. O como la persona menos agraciada de la fiesta con la que nadie
quiere bailar a menos que sea por pena o por compromiso…
Es
complicado. En el fondo no deja de ser una cuestión de miedo. Nos sentimos
solos porque no acabamos de creer que tengamos derecho a sentirnos de otra
forma, y no lo acabamos de creer porque no nos queremos. Así, la soledad
empieza por nosotros mismos, en nuestro interior. Nos cuesta valorar nuestra
propia compañía, y así resulta muy difícil ver todo lo que tenemos para
ofrecer. Nos auto abandonamos y, siendo de esa manera, ¿Cómo
podemos confiar en que los demás sí apreciarán nuestra presencia en su vida? El
caso es que al final, de un modo u otro, tenemos una sensación de soledad, sea
porque estamos negando nuestra propia identidad para que nos acepten, porque
vivimos rodeados de personas con quienes no nos sentimos plenos pero no nos
atrevemos a buscar un cambio por si resulta que acabamos descubriendo que en el fondo eso es mejor que nada, o porque no permitimos que
nuestro entorno nos conozca como realmente somos a causa del temor a que salgan
corriendo. O por todo a la vez.
Hasta
que llegue un momento en que, por mucho que nos hayamos acomodado a vivir así,
nos resulte tan vacío que acabemos pidiendo ayuda, de un profesional o de otra
persona que nos inspire confianza. Y poco a poco vayamos comprendiendo primero
cuáles son los mecanismos que nos están limitando, y después cambiándolos por
otros que nos permitan llevar una vida plenamente feliz. Eso que nos merecemos,
aunque en algún momento de ella asumiéramos lo contrario.
Muy buena entrada, Nu. Has explicado muy clarito como nos hemos sentido durante mucho tiempo: raros, y, por tanto solos. Solos porque nos lo merecemos, como tú bien dices que nos creemos. En mi caso, justo la secuela de "producir para ser querido" (Sobreadaptación) es la que más me costó sacarme de encima...
ResponderEliminarUf... recuerdo que cuando leí por primera vez una lista de las secuelas más comunes en supervivientes, fue una con las que más me identifiqué. Corría el año 2011 y aún vivía en plena negación, pero hasta yo me daba cuenta entonces de que vivía preguntándome cómo podía complacer al resto del mundo, sobre todo si eran personas que me habían tratado bien. Gracias por tu comentario!
EliminarAcabas de describir exactamente todo lo que me ha pasado los últimos meses y ahora empiezo a ser consciente y a trabajar en mi por que el problema está en como me relaciono yo y en como me veo yo no en como me ven o en que piensan los demás de mi ,gracias por que aunque me he hartado de llorar me he dado cuenta de lo mucho que aún tengo que trabajar.gracias.
ResponderEliminarMe alegro mucho si esta entrada te ha ayudado a reflexionar sobre tu situación. De verdad, me alegro infinitamente. Verás como hay luz al final del camino. Un abrazo.
Eliminar