Cada superviviente de ASI tiene una historia distinta, y
dependiendo de sus características, las secuelas que arrastre tras los abusos
serán más o menos intensas. Pero en general la sensación de no merecer cosas
buenas, ya sea porque nos sentimos demasiado sucios o demasiado inútiles para
ser dignos de ellas, es una realidad que compartimos la mayoría de nosotros.
Normalmente los abusos dejan la percepción en el niño o niña
víctima de que su ser ha quedado manchado. Como si fuéramos una máquina a la
que le faltan piezas para funcionar de forma correcta. Pero es una creencia
que, la mayoría de veces cuando llegamos a la edad adulta, no sabemos de dónde
viene. Es decir, podemos recordar que sufrimos abusos sexuales en la infancia,
pero independientemente de eso, para nosotros la creencia de que arrastramos
una especie de culpa abstracta y generalizada, es una realidad. No es que
tengamos la culpa de haber llegado tarde a tal cita, o de no haber rendido el
100% en un examen, o de habernos equivocado con tal persona... es que somos
culpables. Como quien es de temperamento alegre, prudente, sensato, vivaracho,
altruista... para muchos supervivientes la sensación de que la culpa es, más
que un sentimiento, una característica nuestra, lleva años acompañándonos. Y
esa culpabilidad nos hace sentir defectuosos, lo que lleva a que cuando otras
personas nos ofrecen algo bueno, algo que deseamos o que cualquiera recibiría
como un honor, creamos no merecerlo.
Recuerdo, por ejemplo, cuando a los diecisiete años tuve que
elegir a qué me iba a dedicar profesionalmente. Nunca me ha gustado de forma
especial el mundo de la estética, pero se me ocurrió que podía ser maquilladora
de difuntos. La razón es que me imaginaba a mí misma trabajando a solas, en una
sala cerrada, con una persona fallecida a la que tendría que preparar para su
último adiós, peinándola y maquillándola sin que los demás pudieran regañarme
si me equivocaba (porque seguro que me equivocaría muchas veces, con lo inepta
que yo era) porque nadie -ni siquiera el difunto- me vería realizar mi labor. Y
como probablemente tendría varias horas para llevar a cabo dichas tareas, seguro
que, por muy inútil, olvidadiza y torpe que fuera, al final acabaría
maquillando a mis clientes de forma satisfactoria, ya tuviera que repetir el
mismo trabajo diez veces (estaba segura de que sería así). Finalmente, descarté
esa opción porque en el fondo sabía que no era mi vocación, y me planteé
estudiar una carrera estilo magisterio, psicología o educación social, que eran
campos que realmente me motivaban... pero la idea de ponerme al frente de
personas en situación vulnerable me daba pánico, llegué a pensar que si
trabajaba, por ejemplo, como psicóloga muchos de mis pacientes -los que
llegaran con problemáticas más graves- acabarían suicidándose tras salir de mi
consulta. La posibilidad de tener un empleo que me satisficiera, en el que cada
día sintiera que estaba donde deseaba estar, no era una opción. Yo no iba a
lograrlo, no era merecedora de poner esas expectativas en mí misma.
Y la situación resultaba idéntica cuando me relacionaba con mi
entorno. Siempre esperaba el momento de que mis allegados comprenderán que no valía tanto como pensaban, y cuando conocía a alguien que me caía
bien me enfadaba conmigo misma cada vez que demostraba lo que yo llamaba
"mis rarezas" (ansiedad, tristeza, disociación, fobias...) delante de
esa persona. Porque estaba convencida de que tarde o temprano me iba a mandar
a freír espárragos, por bicho raro.
Otro ejemplo: durante años cuando iba por la calle cruzaba los pasos de cebra con el semáforo en rojo. No lo hacía adrede, simplemente no me daba cuenta. Yo pensaba que "vivía en mi mundo" y era una torpe, pero con el tiempo descubrí que era fruto de la disociación. Bien, pues el caso es que a veces eso me pasaba yendo acompañada de otras personas. Y en una ocasión una amiga decidió darme un toque: me pidió que por favor estuviera pendiente de no cruzar la calle cuando pasaran coches porque ella sufría pensando que cualquier día me iban a atropellar. Era una amiga muy cercana (de las pocas amistades que tenía entonces) pero me sorprendió que dijera eso: ¿Ella, preocuparse porque a mí me fuera a pasar algo? ¿Acaso yo me merecía que a alguien le importara mi suerte? Honestamente, estaba segura de que si me moría sólo me llorarían mis padres. Los demás quizás se quedarían impactados (que no apenados) un par de días o una semana, por aquello de que a todo el mundo le impresiona que una persona joven se muera... pero luego se olvidarían de mí y enseguida estarían saliendo de discotecas, felices y pensando en sus cosas. Y probablemente con el paso de los meses se borrarían de su memoria detalles como mi apellido, la fecha de mi nacimiento, las cosas que me gustaban, el color de mis ojos... hasta que mi recuerdo quedara en nada. Puro polvo. Yo no era digna de dejar huella en nadie, yo sólo era un bulto que hablaba y caminaba. Y a nadie le importa que un bulto desaparezca. Por eso me sorprendió muchísimo que a mi amiga le preocupase si un coche me atropellaba.
Otro ejemplo: durante años cuando iba por la calle cruzaba los pasos de cebra con el semáforo en rojo. No lo hacía adrede, simplemente no me daba cuenta. Yo pensaba que "vivía en mi mundo" y era una torpe, pero con el tiempo descubrí que era fruto de la disociación. Bien, pues el caso es que a veces eso me pasaba yendo acompañada de otras personas. Y en una ocasión una amiga decidió darme un toque: me pidió que por favor estuviera pendiente de no cruzar la calle cuando pasaran coches porque ella sufría pensando que cualquier día me iban a atropellar. Era una amiga muy cercana (de las pocas amistades que tenía entonces) pero me sorprendió que dijera eso: ¿Ella, preocuparse porque a mí me fuera a pasar algo? ¿Acaso yo me merecía que a alguien le importara mi suerte? Honestamente, estaba segura de que si me moría sólo me llorarían mis padres. Los demás quizás se quedarían impactados (que no apenados) un par de días o una semana, por aquello de que a todo el mundo le impresiona que una persona joven se muera... pero luego se olvidarían de mí y enseguida estarían saliendo de discotecas, felices y pensando en sus cosas. Y probablemente con el paso de los meses se borrarían de su memoria detalles como mi apellido, la fecha de mi nacimiento, las cosas que me gustaban, el color de mis ojos... hasta que mi recuerdo quedara en nada. Puro polvo. Yo no era digna de dejar huella en nadie, yo sólo era un bulto que hablaba y caminaba. Y a nadie le importa que un bulto desaparezca. Por eso me sorprendió muchísimo que a mi amiga le preocupase si un coche me atropellaba.
Suena triste, pero supongo que en mi mente aquello reflejaba lo
que yo merecía. Por eso era el trato que esperaba que me dieran los demás:
indiferencia y olvido. No resulta extraño que me sintiera tan poca cosa. O
quizás ocurría al revés: esperaba ser un cero a la izquierda en el mundo
precisamente porque me sentía poca cosa. Imagino que era una cadena, ambas
razones se alimentaban y devoraban entre sí. Yo no merecía nada bueno, esa era
la lectura. Pero por extraño que pueda parecer desde fuera, nunca creía que tuviera
un falso mal concepto de mí misma o un sentimiento de culpa exagerado (a pesar
de que me sentía culpable incluso de lo que hacía bien), sino que daba por
hecho que las cosas eran así en realidad. Mi carácter era el de una persona
torpe, cobarde, poco inteligente, errónea, tarada, débil... y mala, porque
aunque no quisiera hacía daño a los demás. Los dañaba porque era un
desastre incapaz de realizar nada correctamente. Así que me parecía
comprensible que no le importara a nadie, ¿A quién le puede interesar la vida
de una idiota que sólo sabe meter la pata y tomar decisiones estúpidas? Como
ese era el concepto que tenía de mí lo consideraba totalmente cierto. No me
cuestionaba por qué opinaba de ese modo, sólo lo daba por cierto. Igual que no
me cuestionaba por qué razones creía que la Tierra era plana o que mi vecino
era alto y simpático, también estaba segura de que me odiaba a mí misma porque
tenía motivos, ¿Quién no iba a detestar a alguien como yo?
Cuando una persona tiene la autoestima tan machacada es difícil
que se dé cuenta de que es justo lo contrario: no merece esa vida ni ese dolor.
Se necesita todo un proceso con muchos altibajos, porque entender que alguien (a quien probablemente querías además) te hizo creer que no podías aspirar a nada más que a sentirte miserable es doloroso.
Comprender todo lo que has perdido por el camino lo es aún más. Porque no sabes
la vida que habrías llevado si nunca te hubieran destrozado internamente de esa
manera, y cuando comprendes que has tomado muchas decisiones insatisfactorias
movida por la falta de amor propio, la rabia, la tristeza y -paradójicamente- la culpa
pueden aumentar. Por no haberte dado cuenta antes, por no haberte querido más,
por tener secuelas... puede ser muy duro, pero una vez se te cae la venda de
los ojos ya no hay vuelta atrás. Y además es la única forma de llegar a
asimilar que sí merecemos todo lo bueno que la vida nos pueda ofrecer. Esa vida
que una vez hace muchos años asumimos que no estaba hecha para nosotros, igual
que -según dice el refrán- no está hecha la miel para la boca del asno. Y esa
creencia nos acompañó por años, en algunos casos, durante toda nuestra existencia.
En mi caso no era sólo que "Y esa culpabilidad nos hace sentir defectuosos, lo que lleva a que cuando otras personas nos ofrecen algo bueno, algo que deseamos o que cualquiera recibiría como un honor, creamos no merecerlo", sino que, además, si me hacían algo malo, es porque yo lo había provocado. Estuve años con un maltratador pensando que eso era "lo normal", que él era un pobre chico al que mira lo que hacía hacer yo...
ResponderEliminarClaro, es coherente que lo vieras de esa forma: si no te mereces cosas buenas, por la misma lógica lo que te mereces es que te pasen cosas malas. Si no mereces respeto porque eres mala, entonces mereces estar a merced de otros, en tu caso de tu ex maltratador.Y ya que estás a su merced, es esa persona la que decide cómo tratarte, ¿A golpes? Pues a golpes. Y por supuesto, piensas que es culpa tuya.
EliminarGracias por ofrecernos tu testimonio una vez más.