sábado, 11 de mayo de 2019

NO ME MEREZCO


Cada superviviente de ASI tiene una historia distinta, y dependiendo de sus características, las secuelas que arrastre tras los abusos serán más o menos intensas. Pero en general la sensación de no merecer cosas buenas, ya sea porque nos sentimos demasiado sucios o demasiado inútiles para ser dignos de ellas, es una realidad que compartimos la mayoría de nosotros.

Normalmente los abusos dejan la percepción en el niño o niña víctima de que su ser ha quedado manchado. Como si fuéramos una máquina a la que le faltan piezas para funcionar de forma correcta. Pero es una creencia que, la mayoría de veces cuando llegamos a la edad adulta, no sabemos de dónde viene. Es decir, podemos recordar que sufrimos abusos sexuales en la infancia, pero independientemente de eso, para nosotros la creencia de que arrastramos una especie de culpa abstracta y generalizada, es una realidad. No es que tengamos la culpa de haber llegado tarde a tal cita, o de no haber rendido el 100% en un examen, o de habernos equivocado con tal persona... es que somos culpables. Como quien es de temperamento alegre, prudente, sensato, vivaracho, altruista... para muchos supervivientes la sensación de que la culpa es, más que un sentimiento, una característica nuestra, lleva años acompañándonos. Y esa culpabilidad nos hace sentir defectuosos, lo que lleva a que cuando otras personas nos ofrecen algo bueno, algo que deseamos o que cualquiera recibiría como un honor, creamos no merecerlo.

Recuerdo, por ejemplo, cuando a los diecisiete años tuve que elegir a qué me iba a dedicar profesionalmente. Nunca me ha gustado de forma especial el mundo de la estética, pero se me ocurrió que podía ser maquilladora de difuntos. La razón es que me imaginaba a mí misma trabajando a solas, en una sala cerrada, con una persona fallecida a la que tendría que preparar para su último adiós, peinándola y maquillándola sin que los demás pudieran regañarme si me equivocaba (porque seguro que me equivocaría muchas veces, con lo inepta que yo era) porque nadie -ni siquiera el difunto- me vería realizar mi labor. Y como probablemente tendría varias horas para llevar a cabo dichas tareas, seguro que, por muy inútil, olvidadiza y torpe que fuera, al final acabaría maquillando a mis clientes de forma satisfactoria, ya tuviera que repetir el mismo trabajo diez veces (estaba segura de que sería así). Finalmente, descarté esa opción porque en el fondo sabía que no era mi vocación, y me planteé estudiar una carrera estilo magisterio, psicología o educación social, que eran campos que realmente me motivaban... pero la idea de ponerme al frente de personas en situación vulnerable me daba pánico, llegué a pensar que si trabajaba, por ejemplo, como psicóloga muchos de mis pacientes -los que llegaran con problemáticas más graves- acabarían suicidándose tras salir de mi consulta. La posibilidad de tener un empleo que me satisficiera, en el que cada día sintiera que estaba donde deseaba estar, no era una opción. Yo no iba a lograrlo, no era merecedora de poner esas expectativas en mí misma.

Y la situación resultaba idéntica cuando me relacionaba con mi entorno. Siempre esperaba el momento de que mis allegados comprenderán que no valía tanto como pensaban, y cuando conocía a alguien que me caía bien me enfadaba conmigo misma cada vez que demostraba lo que yo llamaba "mis rarezas" (ansiedad, tristeza, disociación, fobias...) delante de esa persona. Porque estaba convencida de que tarde o temprano me iba a mandar a freír espárragos, por bicho raro. 

Otro ejemplo: durante años cuando iba por la calle cruzaba los pasos de cebra con el semáforo en rojo. No lo hacía adrede, simplemente no me daba cuenta. Yo pensaba que "vivía en mi mundo" y era una torpe, pero con el tiempo descubrí que era fruto de la disociación. Bien, pues el caso es que a veces eso me pasaba yendo acompañada de otras personas. Y en una ocasión una amiga decidió darme un toque: me pidió que por favor estuviera pendiente de no cruzar la calle cuando pasaran coches porque ella sufría pensando que cualquier día me iban a atropellar. Era una amiga muy cercana (de las pocas amistades que tenía entonces) pero me sorprendió que dijera eso: ¿Ella, preocuparse porque a mí me fuera a pasar algo? ¿Acaso yo me merecía que a alguien le importara mi suerte? Honestamente, estaba segura de que si me moría sólo me llorarían mis padres. Los demás quizás se quedarían impactados (que no apenados) un par de días o una semana, por aquello de que a todo el mundo le impresiona que una persona joven se muera... pero luego se olvidarían de mí y enseguida estarían saliendo de discotecas, felices y pensando en sus cosas. Y probablemente con el paso de los meses se borrarían de su memoria detalles como mi apellido, la fecha de mi nacimiento, las cosas que me gustaban, el color de mis ojos... hasta que mi recuerdo quedara en nada. Puro polvo. Yo no era digna de dejar huella en nadie, yo sólo era un bulto que hablaba y caminaba. Y a nadie le importa que un bulto desaparezca. Por eso me sorprendió muchísimo que a mi amiga le preocupase si un coche me atropellaba.

Suena triste, pero supongo que en mi mente aquello reflejaba lo que yo merecía. Por eso era el trato que esperaba que me dieran los demás: indiferencia y olvido. No resulta extraño que me sintiera tan poca cosa. O quizás ocurría al revés: esperaba ser un cero a la izquierda en el mundo precisamente porque me sentía poca cosa. Imagino que era una cadena, ambas razones se alimentaban y devoraban entre sí. Yo no merecía nada bueno, esa era la lectura. Pero por extraño que pueda parecer desde fuera, nunca creía que tuviera un falso mal concepto de mí misma o un sentimiento de culpa exagerado (a pesar de que me sentía culpable incluso de lo que hacía bien), sino que daba por hecho que las cosas eran así en realidad. Mi carácter era el de una persona torpe, cobarde, poco inteligente, errónea, tarada, débil... y mala, porque aunque no quisiera hacía daño a los demás. Los dañaba porque era un desastre incapaz de realizar nada correctamente. Así que me parecía comprensible que no le importara a nadie, ¿A quién le puede interesar la vida de una idiota que sólo sabe meter la pata y tomar decisiones estúpidas? Como ese era el concepto que tenía de mí lo consideraba totalmente cierto. No me cuestionaba por qué opinaba de ese modo, sólo lo daba por cierto. Igual que no me cuestionaba por qué razones creía que la Tierra era plana o que mi vecino era alto y simpático, también estaba segura de que me odiaba a mí misma porque tenía motivos, ¿Quién no iba a detestar a alguien como yo? 


Cuando una persona tiene la autoestima tan machacada es difícil que se dé cuenta de que es justo lo contrario: no merece esa vida ni ese dolor. Se necesita todo un proceso con muchos altibajos, porque entender que alguien (a quien probablemente querías además) te hizo creer que no podías aspirar a nada más que a sentirte miserable es doloroso. Comprender todo lo que has perdido por el camino lo es aún más. Porque no sabes la vida que habrías llevado si nunca te hubieran destrozado internamente de esa manera, y cuando comprendes que has tomado muchas decisiones insatisfactorias movida por la falta de amor propio, la rabia, la tristeza y -paradójicamente- la culpa pueden aumentar. Por no haberte dado cuenta antes, por no haberte querido más, por tener secuelas... puede ser muy duro, pero una vez se te cae la venda de los ojos ya no hay vuelta atrás. Y además es la única forma de llegar a asimilar que sí merecemos todo lo bueno que la vida nos pueda ofrecer. Esa vida que una vez hace muchos años asumimos que no estaba hecha para nosotros, igual que -según dice el refrán- no está hecha la miel para la boca del asno. Y esa creencia nos acompañó por años, en algunos casos, durante toda nuestra existencia. 

2 comentarios:

  1. En mi caso no era sólo que "Y esa culpabilidad nos hace sentir defectuosos, lo que lleva a que cuando otras personas nos ofrecen algo bueno, algo que deseamos o que cualquiera recibiría como un honor, creamos no merecerlo", sino que, además, si me hacían algo malo, es porque yo lo había provocado. Estuve años con un maltratador pensando que eso era "lo normal", que él era un pobre chico al que mira lo que hacía hacer yo...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Claro, es coherente que lo vieras de esa forma: si no te mereces cosas buenas, por la misma lógica lo que te mereces es que te pasen cosas malas. Si no mereces respeto porque eres mala, entonces mereces estar a merced de otros, en tu caso de tu ex maltratador.Y ya que estás a su merced, es esa persona la que decide cómo tratarte, ¿A golpes? Pues a golpes. Y por supuesto, piensas que es culpa tuya.
      Gracias por ofrecernos tu testimonio una vez más.

      Eliminar