jueves, 9 de agosto de 2018

SECUELAS

En ForoGAM, el foro para supervivientes ASI donde participo, hay una lista con las secuelas más comunes en nosotros. Está extraída de un libro de la trabajadora social E. Sue Blume titulado en español "Sobrevivientes secretas. Descubriendo el incesto y sus efectos secundarios en las mujeres", y describe bastante bien las consecuencias que los abusos sexuales infantiles nos dejan a los niños y niñas que sobrevivimos a semejante atrocidad. En total son 37, yo, si no me he equivocado contando, he tenido unas 30 y varias de ellas se remontan a mi infancia. Según las autoras, las personas que cumplen más de 25 deberían considerar muy seriamente la posibilidad de haber sufrido ASI. Como veréis, debajo de cada una he escrito mi experiencia con dicha secuela, porque creo que puede ayudar a entender un poco mejor de qué manera afectan realmente a la vida de los supervivientes. Creo que algunas de ellas se han visto reforzadas o están más relacionadas con el bullying que también viví, pero la mayoría me parece que tienen su origen en los ASI. 


1. Temor a estar sola en la oscuridad; de dormir sola; pesadillas (especialmente de violación, persecución, amenazas, encierro, sangre); terrores nocturnos.

Nunca me ha gustado la oscuridad, desde niña duermo con una luz encendida. Actualmente no hay problema si me quedo a dormir en casa de alguien y mi cuarto está totalmente a oscuras, pero hasta hace unos años llevaba un interruptor de luz portátil conmigo cada vez que dormía fuera de mi propia casa. 

Sobre las pesadillas, recuerdo que de niña las tenía al abandono: a veces soñaba que mi madre quería abandonarme, así como que en uno de los cuartos de mi casa vivían unos señores que me secuestrarían y me apartarían de mi familia si no me portaba bien. De más mayor sí recuerdo soñar que me perseguían para violarme o que me secuestraban, siempre en épocas de estrés o nerviosismo, incluso cuando no recordaba los ASI. 

2. Sensibilidad para tragar; sensación de asfixia; repugnancia al agua sobre la cara durante el baño o la natación.

Esta no recuerdo haberla tenido, si bien nunca me ha gustado que me cayera agua sobre la cara al ducharme o bañarme no diría que el sentimiento fuera de repugnancia o asfixia.

3. Alienación del cuerpo (sensación de que no es tuyo); incapacidad de prestar atención a señales del cuerpo o a cuidar bien de él; una deficiente imagen corporal; manipulación del tamaño del cuerpo para evitar atención sexual; limpieza compulsiva, incluyendo baños en agua hirviendo, o bien una total falta de atención a la higiene o la apariencia personal.

Totalmente. He estado muy desconectada de mi cuerpo, lo sentía como algo que no era mío, que no me gustaba ni me pertenecía, y que no tenía por qué amar. Lo cuidaba a veces de forma mecánica por una cuestión de supervivencia, pero sin ganas. Me duchaba porque tenía que hacerlo pero no disfrutaba para nada de ese rato, no me gustaba tocarme durante el aseo, y recuerdo que a la hora de vestirme me daba igual qué ponerme. Me compraba la ropa sin importarme el color, cómo me sentaba, o si me parecía más o menos bonita. Simplemente me hacía falta llevar algo encima así que procuraba que fuera de mi talla y poco más. 

4. Problemas gastrointestinales; trastornos ginecológicos (incluyendo infecciones vaginales espontáneas); cicatrices vaginales/internas; dolores de cabeza; artritis o dolor en las articulaciones; aversión al gremio médico, especialmente a ginecólogos/as y dentistas.

Pues no estoy segura. Siempre me ha dado cierto miedo ir al ginecólogo, pero sé de mujeres no supervivientes que también lo han tenido, así que por esa parte no la voy a contar. Sin embargo sí padezco vaginismo y dispareusia por etapas, o sea que no estoy segura.

5. Uso exagerado de ropa, aun en el verano; ropas flojas; incapacidad de desvestirte aun cuando es apropiado hacerlo (al nadar, bañarte, dormir); demanda extremada de privacidad al usar el baño.

Desnudarme públicamente me dio vergüenza hasta hace pocos años, aunque lo hacía para no quedar como un bicho raro o para no sentirme yo una mojigata. Y a la hora de vestirme no me gustaba enseñar mi cuerpo, recuerdo que si llevaba pantalones cortos o tops pensaba que parecía una prostituta. Y ni hablar de combinar las dos cosas. Estaba convencida de que si me vestía con aquella ropa y alguien se sobrepasaba conmigo yo tenía parte de la culpa, por sucia. Y eso no lo pensaba de otras mujeres.

6. Trastornos alimenticios; abuso de drogas y/o alcohol, o abstención total; otras adicciones; conductas compulsivas (incluyendo actividad compulsiva).

Trastornos alimentarios sí he padecido, concretamente anorexia y bulimia, sobre todo lo segundo. Si bien en aquella época también sufría acoso escolar y creo que influyó en mi comportamiento. No obstante me parece importante señalar que un 60% de las mujeres que sufren trastornos alimentarios han sufrido experiencias de abuso, maltrato o abandono en su infancia. También el abuso de drogas o alcohol puede ser una manera de paliar los recuerdos o de calmar el dolor que provocan las secuelas.

7.Lastimaduras sobre tu cuerpo (cortadas, quemaduras, etc.); autodestructividad; actitud de que puedes soportar el dolor físico: éste es un patrón adictivo.

Sí me he autolesionado, de niña lo hacía cuando sentía que había cometido algún error. Era una forma de castigarme por ser "mala", porque creía que a través de ese dolor pagaba por todas mis imperfecciones. De adulta también he recurrido a ello en alguna ocasión puntual, aunque a día de hoy creo que lo tengo controlado.

8. Fobias; pánico.

He desarrollado fobias puntuales a lo largo de mi vida, por ejemplo por periodos he tenido claustrofobia, aunque las he superado al enfrentarlas. No estoy segura de que estén vinculadas a los ASI, pero no me extrañaría porque creo que en el fondo todas tuvieron el mismo origen: miedo a lo que no controlaba, a sufrir algún daño o a no poder escapar de una situación que me incomodaba.

9. Necesidad de ser invisible, perfecta o totalmente “mala”.

Invisible y perfecta, sí. Creo que hace unos años de haber podido elegir tres deseos uno de ellos habría sido justo este. Ser perfecta, para no molestar a nadie y para dejar de sentirme un ser tarado al que más valía tener lejos, e invisible para que nadie se fijara en mis imperfecciones y mis defectos. Para alguien que creía estar podrida lo mejor era que no la vieran, que no repararan en ella, que no la escucharan. De hecho hablaba muy bajito por norma general y solía andar un poco encogida. 

10. Pensamientos, intentos y obsesión de suicidio (incluyendo el “suicidio pasivo”). 

Sí. No recuerdo desear morirme cuando era niña, pero a partir de los 17-18 años, que fue cuando empecé a darme cuenta de que algo iba mal en mí, deseaba a veces que me atropellara un coche o tener un accidente, e incluso planeé suicidarme cuando tenía 17, sólo que al final no me sentí con fuerzas para llevarlo a cabo y llegué a la conclusión de que si no me atrevía a matarme debía de ser porque en el fondo quería estar viva. Fue todo un descubrimiento para mí, principalmente porque no entendía qué me ataba a la vida (más allá de no querer hacer daño a mi familia) pero comprendí que tenía razones para vivir que yo desconocía, y aquello evitó que volviera a intentarlo. 

11. Depresión (a veces paralizante); llanto aparentemente sin causa.

He pasado por periodos de apatía, de no tener ganas de levantarme de la cama pero obligarme a hacerlo, de vivir mecánicamente: comiendo porque tenía que comer, duchándome porque me tenía que duchar y estudiando porque esa era mi obligación, pero sin sentir ilusión por nada; o sea que sí creo haber tenido episodios depresivos aunque leves. 

12. Problemas con la cólera: incapacidad de reconocer o expresar cólera, o de responsabilizarte de ella; temor de una cólera real o imaginaria; cólera constante; intensa hostilidad hacia la totalidad del género o grupo racial/étnico de la persona ofensora.

La rabia, la ira, la cólera... he pasado años creyendo que debía reprimirla porque si no haría daño a los que me rodearan. Nunca he sido de tratar mal a mi círculo cercano cuando me enfado pero el simple hecho de que otra persona me viera enojada, quejándome o protestando por algo me avergonzaba porque creía que se asustarían, me tomarían por una persona maleducada, consentida, loca, caprichosa... y les crearía un mal concepto de mí. Hasta ese punto me negaba el derecho a sentir ira.

13. Disociación o separación; despersonalización; entrar en “shock” o un total bloqueo o paralización durante una crisis (cualquier situación tensa siempre constituye una crisis); paralización psíquica; dolor o entumecimiento físico asociado con un recuerdo o emoción (por ejemplo, cólera) o situación (como la actividad sexual) en particular.

He vivido disociada muchos años, y todavía me pasa a día de hoy. Realmente no soy consciente hasta segundos o minutos más tarde de que me ocurra, pero sí sé que ya me disociaba de niña. De pronto me daba cuenta de que no tenía emociones en ese momento, a pesar de que me estaba ocurriendo algo que a todas luces debería de haber sido doloroso para mí. O me ponía a hacer algo que me provocaba miedo o rechazo de forma mecánica y sin ser consciente de mis movimientos, como si mi cuerpo estuviera allí y mi mente en otro sitio.


14. Rígido control del proceso de pensamiento; carencia de sentido del humor, o una extrema solemnidad.

Totalmente. Me encanta el humor, lo disfruto mucho y además me considero una persona irónica, pero hace unos años yo ni hacía bromas ni las entendía cuando me las hacían a mí. A menudo pensaba que los demás utilizaban el humor para meterse conmigo y en el fondo me parecía de esperar, ya que estaba segura de que no había quien me aguantara, y que por tanto era natural que la gente me lanzara críticas e indirectas. De todas formas yo no decía nada ni me quejaba: sólo sonreía o le quitaba hierro a lo que estaban diciendo mientras por dentro me preguntaba si aquellas bromas no serían una forma de hacerme de menos. Y como no entendía el sentido del humor de los demás me costaba desarrollar el mío, de ahí que las personas que me conocían opinaran de mí que era muy seria. 

15. En la niñez, conductas de búsqueda de seguridad: esconderte, aferrarte exageradamente a algo o encogerte de terror en los rincones. En la vida adulta, temor a las sorpresas o a estar siendo observada; reacciones de sobresalto; vigilancia exagerada.

Reacciones de sobresalto, muchas. Ahora menos, pero hace unos años era muy fácil asustarme: sólo había que llamarme por la calle, o entrar en la misma habitación donde yo estaba sin que me lo esperara, o moverse de forma repentina. Entonces mi grito se podía escuchar a varios metros de distancia. Ya me pasaba en la niñez, pero a partir de la pubertad se acentuó mucho y hasta hace pocos años era así. 

Sobre el temor a estar siendo observada, también me ha perseguido en la adolescencia y la vida adulta. Siempre tenía la certeza de que la gente a mi alrededor me miraba pendiente de mis errores o esperando para controlar mis pasos. Sobre las conductas de búsqueda de seguridad en la niñez, creo que nunca las he tenido. 

16. Problemas de confianza: incapacidad de confiar (confiar no es seguro); confianza absoluta que se convierte en ira si alguien te decepciona; confianza indiscriminada.

He tenido los dos polos de la secuela. Por un lado de pequeña tenía una confianza indiscriminada hacia prácticamente todo el mundo: estaba segura de que las personas con las que me relacionaba cada día eran buenas. Las idealizaba en cierta medida, supongo que porque eso me daba la tranquilidad de que no me harían daño. Por el otro en la adolescencia empecé a pensar lo contrario, que el mundo era un lugar lleno de personas con dobles intenciones, que nadie era bueno del todo, y que tenía que cuidarme mucho. Pasé unos años bastante lugubres en ese sentido, como si estuviera decepcionada del mundo... aún así creo que necesitaba tener esperanza en la humanidad para sobrevivir, por lo que de alguna manera deseaba estar equivocada y pensaba que seguramente lo estaba. A día de hoy tiendo a confiar en las personas que me caen bien en un primer contacto, y a veces, si resultan no ser de fiar, me cuesta detectar indicios de los que otra gente sí se percata. Sin embargo, he pasado años en mi adultez regulándome mucho a la hora de darle mi confianza a los que me rodean, quizás porque tiendo a encariñarme rápido de los demás, e imagino que mientras una parte de mí quería ver sólo la parte buena de los demás, la otra me protegía. A día de hoy, estoy trabajando en ello.

17. Tomar grandes riesgos (retar al destino); incapacidad de tomarlos.

Incapacidad de tomarlos. El miedo a volver a sufrir y el sentimiento de que debía protegerme me llevaban a no arriesgarme. No es que me pensara mucho las cosas antes de hacerlas, es que cuando me encontraba ante un reto que pudiera comportar un poco de peligro buscaba todas las posibles complicaciones que surgirían si finalmente me lanzaba, y de esta manera me autoconvencía de que era mejor no tomarlo. Total, seguro que saldría mal, así que mucho mejor buscar una opción menos "peligrosa".  Para mí todo lo que no pudiera controlar era un sinónimo claro de sufrimiento. 

18. Problemas de límites; problemas de control, poder y territorialidad; temor a perder el control; conductas obsesivas/compulsivas (intentos de controlar asuntos sin importancia, simplemente por controlar algo); confusión respecto al poder/sexo.

Me ha costado horrores poner límites desde niña, en parte por creer que los demás no iban a respetarlos pero también por miedo a ser injusta. No confiaba en mi criterio y estaba convencida de que no merecía demasiado respeto, así que cuando intentaba poner algún límite sentía que yo no tenía derecho a hacerlo. También es verdad que desde pequeña he sido muy controladora de todo lo que atañe a mi vida, quizás porque lo asocio con tener poder. Controlar era la forma de no sentirme débil ni expuesta al dolor, aunque paradójicamente me crea más estrés y ansiedad que si dejo fluir los acontecimientos. 


19. Culpa, vergüenza, baja autoestima, sensación de que vales poco o nada; exagerada apreciación por pequeños favores que otras personas te hacen.

Sí a todo. Me he sentido culpable hasta por respirar, y no es un decir. Llegó un punto en que me convencí de que yo era tan inútil, tan insignificante y tan poca cosa que no tenía derecho a estar viva cuando otras personas más válidas que yo habían muerto. Sobre la apreciación exagerada por los pequeños favores que me hacen los demás, absolutamente. Que alguien me tratara bien era motivo para que me creyera en deuda con esa persona, lo cual suponía un problema al no sentirme luego con derecho a negarle nada. Al final muchas veces las secuelas se retroalimentan entre sí, y la falta de límites de la que hablábamos antes se vio reforzada por mi baja autoestima, que me llevaba a valorar los detalles y gestos de cariño como si me estuvieran regalando un tesoro que en el fondo yo no merecía. 

0. Patrón de víctima (te victimizas a ti misma después de haber sido victimizada por otra/s persona/s), especialmente en la actividad sexual; falta de sensación de tu propio poder; falta de reconocimiento de tu derecho a fijar límites o a decir “no”; patrón de relaciones con personas mucho mayores que tú (a partir de tu adolescencia), o bien un extremado sentido de propiedad; revictimización a manos de otras personas (violencia sexual en la vida adulta, incluyendo explotación sexual proveniente de jefes o profesionales que “ayudan”).

Creo que hasta hace muy poco no era consciente ni siquiera de tener poder. Yo era una muñeca con la que se podía hacer lo que se quisiera, porque nunca iba a fijar límites ni a decir que no. Me sentía demasiado poca cosa para eso, lo cual me llevó a sufrir revictimización a manos de otras personas, aunque no sólo de tipo sexual. Por ejemplo, también la sufría en el trabajo o en mis relaciones diarias. 

21. Necesidad de “producir para ser amada”, de instintivamente saber y hacer lo que otra persona necesita o quiere; para ti, las relaciones implican un trueque (el “amor” te fue arrebatado, no dado).

Al 100%. Durante años sentía que tenía que comprar el cariño de los demás porque no lo merecía, así que procuraba complacer en todo a las personas que me rodeaban para que no se cansasen de mí, lo cual va ligado a la siguiente secuela. 

22. Problemas de abandono; deseo de relaciones en las cuales no hay separación o una distancia saludable; evasión o temor a la intimidad.

De niña soñaba a veces que mi madre me abandonaba, y de adulta siempre he tenido miedo de que mis seres queridos se apartaran de mí en cuanto me conocieran mejor. Como ya he dicho, pensaba que después de un tiempo de estar en mi vida se cansarían o aburrirían y acabarían desapareciendo sin mirar atrás. No obstante creo que nunca he sido de mantener relaciones donde no haya una separación saludable. De hecho me gusta que respeten mi espacio y procuro respetar el de los demás.

23. Sensación de estar guardando un terrible secreto; urgencia por revelarlo o temor a revelarlo; certeza de que nadie escucharía o creería; ser generalmente secretiva; sentirte “marcada” (sensación de que llevas escrito el secreto en la frente).

Sí. Incluso cuando no recordaba los ASI tenía la sensación de estar guardando un secreto, pero no sabía cuál. A día de hoy sigo siendo secretiva cuando noto que alguna de mis secuelas me está afectando, incluso con las personas que conocen mi historia y que siempre me han apoyado. De alguna manera y aunque sepa que es absurdo sigo teniendo en mente que si cuento lo que me pasa no me entenderán o pensarán que exagero. 

24. Sensación de estar loca, de ser diferente; te sientes irreal mientras que el resto del mundo te parece real, o viceversa; creas mundos, relaciones o identidades de fantasía (especialmente en las mujeres: imaginar o desear ser hombres, es decir, no una víctima).

Uf... sí a todo. La sensación de estar loca y de ser diferente al resto del mundo me ha acompañado toda la vida, siempre he pensado que estaba tarada y que debía esconderlo a toda costa para evitar quedarme sola. Por otra parte la gente que me rodeaba me parecían personas normales con sus vidas normales, ajenas a mí. Todas ellas juntas, formando un todo, y yo separada. Porque era la rara, la loca, la que estaba marcada, la que llevaba una P de "proscrita" enorme por dentro que si no vigilaba podía hacerse visible en su cara. Y para no sentirme tan sola he imaginado un montón de mundos de fantasía, con personajes femeninos que tenían en común el hecho de ser felices, inteligentes, guapas, afortunadas y con cierto éxito personal (buenos amigos, un trabajo que les gustaba, una pareja que las respetaba...), todo lo que yo creía no ser ni tener. 

25. Negación: no estar consciente en absoluto; reprimir recuerdos; bloqueo de un período de tu vida temprana (especialmente de uno a 12 años, pero bien podría continuar en la vida adulta), o de una persona o un lugar específicos; fingir; minimizar --“No fue TAN malo”--; tener sueños o recuerdos --“Tal vez es mi imaginación”-- (éstas son, en realidad, escenas retrospectivas, a través de las cuales los recuerdos empiezan a ser recobrados); reacciones negativas fuertes, profundas y aparentemente “inapropiadas” hacia una persona, lugar o suceso; “luzazos” sensoriales (una luz, un lugar, una sensación física) sin ningún sentido de su significado; recordar alrededores pero no el suceso. La recuperación de la memoria puede comenzar con el suceso o la persona ofensora menos amenazante. Es posible que los detalles reales del abuso nunca lleguen a recordarse completamente; sin embargo, sí es posible alcanzar una rehabilitación adecuada sin una total recuperación de la memoria. Tu guía interna liberará los recuerdos a un ritmo que tú puedas manejar. 

Sí. Ya he contado que sufrí amnesia traumática durante más de una década y desde luego tanto antes como después he minimizado mucho tanto mis sentimientos de dolor como los propios hechos relacionados con los abusos. Eran tonterías, nada importante, yo era demasiado sensible y como la vida me había tratado demasiado bien me ponía triste por tonterías, porque no sabía lo que era sufrir de verdad. Y como encima tenía -tengo- lagunas sobre los ASI todavía minimizaba más al no disponer en ese momento de recuerdos concretos a los que aferrarme. También he olvidado sucesos de mi vida que no tienen nada que ver con los abusos, como no recuerdo haberme relacionado con determinadas personas que sé que estuvieron en mi vida y a las que vi varias veces pero mi mente ha borrado sus caras y los encuentros con ellas. O determinados lugares a los que sé que fui varias veces. Me acuerdo de que pasaba pero no de los hechos en sí.

26. Problemas sexuales: las relaciones sexuales son “sucias”; aversión a que te toquen, especialmente durante un examen ginecológico; fuerte aversión a (o bien una necesidad de) actos sexuales en particular; sensación de que tu cuerpo te ha traicionado; dificultad para integrar la sexualidad física y las emociones; confusión o traslape de afecto/sexo/dominación/agresión/violencia; necesidad de buscar poder en el terreno sexual, lo cual en realidad es una reactuación, seductividad compulsiva, o ser compulsivamente asexual; necesidad de ser la agresora en la actividad sexual, o no serlo en absoluto; relaciones sexuales impersonales y “promiscuas” con personas extrañas, en combinación con una incapacidad de tenerlas en el contexto de una relación íntima (conflicto entre la actividad sexual y el afecto/amor); prostitución; ser un símbolo sexual o actriz pornográfica, etc. 

He sido muy ambivalente en mi relación con el sexo. Creo que pocas veces he tenido relaciones sexuales sanas, donde tuviera en cuenta mis propias necesidades. De hecho ni siquiera sabía que yo necesitara nada en la cama. Hasta los 21 años me negué a tener cualquier tipo de actividad sexual más allá de los besos, porque me sentía sucia solo de fantasear con ello, pero a la vez tenía la sensación de estar perdiéndome algo que a los demás les parecía maravilloso. Durante un par de años, de los 21-23 estuve manteniendo relaciones sexuales sin llegar a disfrutarlas nunca, y en alguna ocasión sufrí violencia sexual a manos de los hombres con los que estuve. A raíz de esa experiencia, pase mucho tiempo alejándome del sexo, por miedo a que cualquier hombre con el que me acostara fuese un violador. 

También he fantaseado desde la postadolescencia con ser prostituta, y es curioso, porque en mis fantasías no lo disfrutaba para nada, pero me gustaba la perspectiva de verme sometida. Total, me pasaba la vida complaciendo a los demás en otros aspectos, así que sólo tenía que aprender cómo complacer a los hombres en la cama y, a partir de aquí, disfrutar del poder que le daría a esos hombres sobre mí pagar por follarme. Creía servir para muy pocas cosas, y no sabía si llegaría a lograr ser lo suficiente buena en la cama para contentar a mis clientes, pero de algún modo sentía que ese, el mundo de la prostitución, podía ser algo así como mi hábitat natural. Por suerte, también sabía que no pasaría de una fantasía (a veces muy fuerte), pues me daba miedo acabar mal, y porque estaba segura de que si lo hacía aún me sentiría más sucia. 

27. Patrón de relaciones ambivalentes o intensamente conflictivas.

No, de hecho al contrario: siempre he huido de los conflictos. No me gustan, me estresa relacionarme con personas con las que el trato sea a menudo conflictivo, así que procuro evitarlas. Y si tengo conflictos con alguien procuro arreglarlo de la forma más asertiva posible. 

28. Evasión de los espejos, lo cual se asocia a la necesidad de ser invisible, a asuntos relacionados con vergüenza y autoestima y a una percepción distorsionada de la cara o del cuerpo.

Tanto como evasión no, pero hasta el año pasado no me gustaba mirarme al espejo. Me veía fea, desagradable, sucia... yo era una persona que no se merecía ni respirar, así que cuando me ponía frente a un espejo me provocaba rechazo lo que veía. Y durante años me percibí físicamente como un engendro: decir que me creía poco agraciada es poco, ya que estaba convencida de que era tan fea que a las personas con las que hablaba les molestaría a la vista mirarme. O sea que no me observaba en un espejo por gusto, pero si me tocaba hacerlo para lavarme la cara o maquillarme tampoco los evitaba. 

29. Deseo de cambiar tu nombre, a fin de desasociarte de la persona ofensora (si comparten el mismo apellido) o para tomar control etiquetándote a ti misma.

He tenido deseos de cambiar mi nombre, no para desvincularme de nadie, sino para hacerlo de mi propio pasado. De niña no me gustaba mi nombre y solía cambiármelo a menudo en mi imaginación infantil, y de adulta sí que he fantaseado alguna vez con cambiar de identidad, irme a otra ciudad y vivir una vida diferente, con un pasado distinto, como hacen los testigos protegidos, por poner un ejemplo. Aunque naturalmente, no deja de ser eso: una fantasía. 

30. Tolerancia limitada para la felicidad; alejamiento activo de la felicidad o renuencia a confiar en sentimientos felices.

Sí, me cuesta confiar en sentimientos felices porque temo que sean sólo un espejismo. Desde hace muchos años cuando las cosas me van muy bien pienso que debo estar prevenida por si se tuercen más adelante, con el fin de evitarme sufrimiento. 

31. Aversión a “hacer ruidos” (inclusive durante la actividad sexual, el llanto, la risa u otras funciones corporales); extrema vigilancia verbal (un cuidadoso control sobre tus palabras); voz baja, especialmente cuando necesitas que te escuchen.

Durante años me ha costado horrores hacer ruidos en mi día a día pero ya no hablemos durante el sexo, durante los orgasmos procuraba no hacer ruido porque en caso contrario me sentía inapropiada y sucia.  Por otra parte ahora creo que ya no me pasa pero hace tiempo hablaba en voz tan baja que muchas personas aseguraban no oírme, y desde luego era incapaz de alzar el tono para que me escucharan. Me daba vergüenza, como si yo no tuviera derecho a pedir atención, como si todos fueran a pensar que si intentaba que me escucharan era para darme importancia... así que aún bajaba más la voz.  

32. Trastorno de Personalidad Múltiple (a menudo oculto).

Creo que no lo tengo. 

33. Sensibilidad hacia y/o evasión de la comida basadas en su textura (mayonesa = semen) o su apariencia (salchichas = pene), que podrían hacerte recordar el abuso; olores o sonidos que pudieran recordarte a la persona ofensora; aversión a la carne y a alimentos rojos.

No me gusta mucho comer alimentos líquidos de color blanco pero tampoco me provocan aversión. Simplemente, si puedo los mezclo con otros alimentos y si no me los como tal cual, nunca ha sido un gran problema.

34. Honestidad compulsiva o deshonestidad compulsiva (mentiras).

Hubo una época, desde mi niñez hasta mediados-finales de mi adolescencia, en que contaba mentiras sobre mi vida a personas a las que conocía muy poco, con la finalidad de que me dijeran lo fuerte que era, ya que en mis anécdotas ficticias yo me presentaba como una persona que lo había pasado muy mal pero que había salido adelante. Recuerdo que deseaba que reconocieran mi lucha y mi capacidad de aguante pero nunca entendí muy bien por qué hasta hace muy poco.

35. Vigilancia exagerada en relación al abuso infantil; incapacidad de detectar abuso infantil o evasión de toda conciencia o mención de éste; tendencia a desarrollar relaciones con perpetradores/as de incesto.

No creo haberla tenido. 

36. Hurtos (en personas adultas); iniciar fuegos (en la niñez).

No, nunca he tenido esta secuela.

37. Insomnio.

Sí. Aunque desde bebé me ha costado conciliar el sueño, así que no estoy segura de que se deba a los abusos, pero sí es verdad que de adulta en épocas de estrés, apatía tristeza... me cuesta dormir.