Al principio de
registrarme tenía mucho miedo, pues pensaba que mi caso era una menudencia
comparado con el de otras víctimas que habían sufrido abusos durante años por
parte de familiares muy cercanos, y creía que a lo mejor el resto de usuarios
del foro se ofenderían o incluso me insultarían por atreverme a decir que yo
(que ni siquiera tenía recuerdos 100% nítidos) había vivido lo mismo que ellos.
Ese día abrí un hilo contando mi caso –me acuerdo de que se titulaba “CREO QUE
soy una superviviente”- y cuando vi que tenía las primeras respuestas entré a
leerlas con un poco de temor, pero para mi sorpresa sólo encontré palabras de
comprensión. Recuerdo que una chica me dijo algo que me emocionó y se me quedó
grabado: “Yo he sufrido abusos durante 12
años de mi infancia por parte de un familiar, y creo que tienes el mismo
derecho que yo a llamarte superviviente”. No estoy segura de si fueron estas
sus palabras exactas pero el sentido del mensaje sí era prácticamente el mismo.
Para mí fue como si me acabara de dar un abrazo de esos que reconfortan en los
momentos bajos. A partir de entonces, poco a poco, me fui atreviendo a
participar cada vez más, al principio con la sensación de estar diciendo
tonterías y de ser una especie de intrusa (porque seguía pensando que mi caso
no era tan grave como para pedir ayuda) pero también de que aquel era el único
espacio por entonces en el que podía contar abiertamente todas aquellas
“rarezas” y “taras” que nunca me había atrevido a explicar a nadie, y que en
realidad sólo eran secuelas.
En aquel instante fue la forma de
empezar a darle voz a mi niña perdida, pero siempre desde el anonimato.
Recuerdo que algunas supervivientes que vivían en mi localidad me propusieron quedar
para conocernos y tomar un café, y siempre dije que no. Para mí era como si
tuviera un alter ego que había sufrido abusos sexuales y hablaba abiertamente
de ello, pero no quería que nadie (excepto mi psicóloga y alguna amistad muy,
muy cercana a la que le pedí que guardara “mi secreto”) pudiera relacionar esa
otra identidad con la persona que conocían el resto de mis allegados, la chica
“normal” con una vida como la de cualquier otra persona, que estudiaba, tenía
una familia, juventud, amistades –muy pocas, apenas una o dos, pero amistades al fin y al cabo-,
que se estaba labrando un futuro… creo que de alguna forma veía mi pasado
abusivo como una mancha que podía destrozarme. Siempre tuve la percepción, de
alguna manera, de que yo estaba destinada a eso: a perderme. Como si en algún
momento de mi vida me hubieran leído una profecía que me auguraba un futuro en
el que estaría constantemente corriendo para huir de monstruos y demonios que,
si no vigilaba, me iban a atrapar. Y supongo que en mi cabeza admitir que había
sufrido abusos de niña era reconocer que el peligro existía. Esa mancha, ese
“Prestige” invisible y metafórico que en el fondo resultaban ser las secuelas que arrastraba,
podía extenderse por cada faceta de mi vida hasta devorarla y devorarme. O sea
que sí, yo estaba dispuesta a hablar en un foro de internet de lo que me habían hecho cuando
era pequeña… pero nunca dando datos como mi edad o la ciudad donde había
nacido, jamás identificándome. Y por supuesto, nunca podría hablar con otro/a
superviviente cara a cara, a viva voz y compartiendo nuestras heridas para
ayudarnos a evolucionar como personas.
Fue así hasta que, tras 5 años
de terapia y la insistencia de algunas compañeras del foro, en enero de 2016
empecé a quedar con supervivientes de mi localidad que había conocido a través
de ForoGAM. Recuerdo que el primer día
no me atreví ni a presentarme, me quedé muda cuando llegué a la mesa de la
cafetería donde ellos estaban sentados. Creo que si me hubieran hecho salir
delante de un auditorio frente a cientos de individuos para hablar abiertamente
de mis abusos me habría sentido igual de expuesta. Por suerte tuvieron
paciencia conmigo y la experiencia, poco a poco, fue siendo positiva. Aun así,
en cierta forma sentía que lo único que estaba haciendo era reunirme con cuatro
supervivientes más, con los cuales no hacía falta que hablara de abusos fuera
de allí, y que me guardarían “mi secreto” igual que yo se lo iba a guardar a
ellos. La lealtad sería mutua. Además, en cierta forma ya los conocía a través
del foro… así que dejé de sentirme tan expuesta a medida que pasaron los meses.
Entonces llegó enero de 2017 y di otro salto cualitativo.
En aquella época supe a través
de dos personas del foro que una asociación que lucha para erradicar los ASI
iba a crear un grupo de ayuda mutua en mi ciudad para supervivientes. Ambas me
preguntaron si me planteaba apuntarme, y lo cierto es que la idea me parecía
tentadora, pero también me dio mucho vértigo. Porque si lo hacía no tendría que
sentarme frente a cuatro o cinco personas sino frente a diez, a las que no conocía,
que seguro que habrían pasado por experiencias más duras que la mía, que a lo
mejor no habían padecido amnesia traumática (de nuevo mis inseguridades
salieron a flote) y que por tanto recordarían sus abusos mucho mejor que yo los míos. Pero además, a mí siempre me había costado mucho integrarme
en un grupo. Solían decirme que de tú a tú era tímida, pero que cuando estaba
rodeada de varias personas directamente era como si desapareciera. Me quedaba
quieta, procurando que no se notara que estaba y apenas cruzaba palabra con
nadie. Además, si quedaba con otros supervivientes de ForoGAM para tomar un
café podía marcharme al cabo de un par de horas, o podíamos acabar hablando de
otros muchos temas… pero en ese grupo de
ayuda mutua acabaríamos hablando el 95% del tiempo de nuestras experiencias,
nuestras secuelas… y todo eso cara a cara, con nombres reales, sin máscaras,
sin anonimato. No me veía del todo. Aun así, decidí apuntarme.
Dos años más tarde no sólo no
me arrepiento de ese paso, sino que creo que fue una nueva semilla para
atreverme a romper el silencio sobre los abusos. Porque creo que las personas
que te encuentras en un grupo de ayuda mutua para supervivientes acaban haciendo un poco
de espejos de ti mismo en muchos aspectos, principalmente en mi caso de
aquellos que siempre he considerado más íntimos. Lo que nunca pensé que le
fuera a contar a nadie a viva voz, aquello que me daba miedo exponer a alguien
por si la otra persona me juzgaba o no me comprendía, mis “tonterías”, lo que
me convertía en una persona diferente al resto que conocía, todas las partes de
mi personalidad que me hacían sentir marcada y sucia… al final sólo son
secuelas. Y verlo en otros me ayudó a reconocerlo en mí misma, así como a darme
cuenta de aspectos de mi propio trauma que hasta entonces había pasado por
alto.
Mentiría si dijera que ya no siento
vértigo cada vez que comparto eso, o que mis fantasmas no me gritan de vez en
cuando –antes de empezar a decirlo- que mejor me calle, pero ni punto de
comparación con lo que me pasaba hace dos o tres años. Y ya no hablemos hace seis o siete. Es más, a
veces pienso que si reunieran a un grupo de personas que me conocieron en
aquella época (sin continuidad) junto a otras que empezaron a relacionarse
conmigo durante los últimos… ¿Quince meses? Y les pidieran que me describiesen
probablemente dirían algunas cosas similares, pero otros de sus adjetivos totalmente opuestos. Porque
hace un lustro ni se me habría ocurrido mostrar según qué miedos, características o formas de pensar que, al fin y al cabo, me construyen como persona. Es un trabajo continuo, y
los avances que he hecho en mi proceso no tienen que ver solamente con la
participación en grupos de ayuda mutua, pero sin duda ha contribuido. Darte
cuenta de que no estás sola, de que aunque cada persona tiene sus singularidades
formas parte de un conjunto, de un todo, ayuda. Al menos a mí me ha ayudado.
Creo que los abusos me dieron
la percepción de que estaba aislada, de que era diferente al resto de personas
que me rodeaban. Como si ellas vivieran en el planeta Tierra y yo en un mundo
aparte donde no habitaba nadie más de mi misma especie. Como si me viera
obligada a fingir que era igual que los demás, no fueran a notar la marca sucia
y asquerosa que llevaba por dentro. Y con miedo a que se ofendieran cuando
descubriesen que, en realidad, yo no era una de ellos. Que estaba estigmatizada.
Conocer a una persona que también se ha sentido así ayuda a entender que no
eres un bicho raro. Pero conocer a varias te hace ampliar la perspectiva. Incluso
ver en ellos a seres humanos completos, a pesar de que tienen heridas abiertas
que todavía sangran, te hace entender que no eres –sólo- el saco de traumas y
secuelas que pensabas. Y eso, cuando te has pasado la vida creyendo que fue tu
culpa, que eres malo/a, que no vales lo suficiente para que nadie te aprecie sin
pedir algo a cambio, que el día que te mueras ni el tato te echará de menos, que en verdad no mereces que lo hagan… porque provocaste, porque aún provocas, porque
engañaste a todo el mundo, porque lo permitiste, porque haces daño aunque no quieras, porque eres horrible, porque… eso,
que es nada más y nada menos que tener una red de apoyo formada por personas que
te entienden, te aprecian sanamente y no te juzgan, después de décadas luchando
a diario contra pensamientos que te han hundido en la miseria poco a poco, vale oro. Tanto, que no se puede pagar en una sola vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario