martes, 8 de octubre de 2019

NUESTRO LUGAR EN EL MUNDO


Después de pasar el verano un poco desvinculada del tema ASI (y de haberlo alargado hasta principios de otoño, debo admitirlo) hoy me dispongo a retomar el blog. Antes de nada, aclaro que este tiempo de desconexión alrededor del tema no se debe a ninguna crisis personal vinculada a los abusos, sino simplemente a que tras pasar un año entero dándole bastante caña al tema, me apetecía tomarme unas vacaciones, tanto para descansar un poco como para poder hacer balance de lo que he conseguido en todo este tiempo. Llevo varios años de recuperación activa, pero los mayores avances han llegado durante los tres últimos. Hace poco una amiga me comentaba cómo he cambiado desde 2016 o 2017 hasta aquí, y es verdad. Pero si esa misma persona me hubiera conocido en 2011 o 2013 habría alucinado, porque la metamorfosis todavía es más radical.

Recuerdo que en mi época de instituto y hasta mis veintitantos los demás solían decir que era muy seria, si bien yo por dentro no me sentía de esa manera, a pesar de la imagen que transmitía. De hecho, una amiga a la que conocí en verano de 2016 meses más tarde me dijo algo como esto: “Cuando nos vimos por primera vez pensé que ibas a ser una persona muy seria, de esas a las que no les gustan las bromas, y ¡Qué va! Si no eres para nada así”. Y estoy segura de que tanto ella como alguien que me hubiera conocido con 18, 20 o 24 años habría podido añadir a ese adjetivo otros similares a la hora de describirme: tímida, callada, introvertida, estudiosa, indecisa, complaciente, muy responsable, asustadiza, solitaria, vergonzosa, insegura… a día de hoy sigo siendo un poco tímida y me considero responsable en su justa medida (excepto en algunos momentos en que me exijo demasiado, eso lo tengo que pulir), y más que estudiosa creo que soy curiosa. Me gusta aprender, pero no dedico tiempo extra a mis estudios para suplir el que no puedo dedicar a las relaciones sociales, como hacía antes. De hecho me encanta divertirme, y ya no tengo miedo de conocer gente, socializar y hablar sobre mí, como en el pasado. Es más, disfruto mucho de las conversaciones, y creo que siempre ha sido así, sólo que hace unos años evitaba hablar mucho por miedo a decir estupideces y dar la impresión de ser idiota. A día de hoy, sin embargo, me siento más libre, más yo misma, y creo que eso se traduce también en mis metas personales.

He comentado alguna vez que cuando tuve que decidir lo que quería estudiar opté por no dedicarme a nada que pudiera influir en la vida de las personas, a causa del miedo que me daba perjudicar a terceros por no saber hacer bien mi trabajo. De hecho recuerdo que alrededor de mis 15 años un conocido de mis padres me preguntó si ya había considerado dedicarme a la medicina, pues creía que podría gustarme atender a personas enfermas. Mi respuesta fue muy directa y sincera, aunque la dijera entre risas: “No me imagino siendo médico, yo mataría a todos mis pacientes en lugar de curarlos”. Puede sonar a broma, pero en mi interior estaba totalmente convencida de ello. Ni médico, ni enfermera, ni profesora, ni asistenta social, ni psicóloga… nada que pudiera tocar las vidas de los demás, porque seguro que las tocaría para mal. Me consideraba tóxica, no por mis comportamientos, sino porque de algún modo sentía que había algo sucio dentro de mí, una mancha que se extendería a todo lo que rozara con los dedos, hasta dañarlo, ¿Y qué culpa tenían de eso las demás personas? ¿Con qué derecho iba yo a dedicarme a una profesión con la que “sabía” que haría daño sí o sí?

Sin duda, mi lugar en el mundo se encontraba en cualquier rincón escondido. Una oficina o un despacho donde estuviera yo sola, y a poder ser realizando labores no muy complicadas, las cuales si hacía de forma incorrecta no tuvieran consecuencias demasiado negativas. Amagada, con la cabeza gacha, sin que se me viera demasiado. Yo debía ser invisible, me daba pánico destacar. Hasta hace un par de años, que decidí empezar a correr el telón, salir de detrás de las bambalinas para situarme en mitad del escenario, frente a todo el mundo, y tímidamente ver qué puedo aportar al resto del planeta. Muchos meses más tarde no quiero pecar de inmodesta, pero he de decir que el resultado ha sido mucho más enriquecedor de lo que podría haber esperado cuando di ese salto.

Siempre digo que soy una persona afortunada porque, a pesar de todo, tengo razones para seguir viviendo y, casi todas ellas, tienen que ver con mis posibilidades. La vida me ha dado guantazos hasta en el carnet de identidad, pero también ha puesto muchas luces en mi camino para que pudiera salir adelante, así que creo que el balance es positivo. Pero sobre todo diría que soy afortunada porque, a mi edad (y no llego a la treintena), he encontrado mi lugar en el mundo, y no está en un sitio oscuro, triste y sombrío, escondida para que nadie pueda darse cuenta de lo inútil que soy. Al contrario: creo que mi lugar es el activismo, la lucha para prevenir que otras personas pasen por lo mismo que viví yo y, si les ocurre, que puedan sanar lo más pronto posible, que no pasen décadas escondiéndose, como hice yo y como pretendía seguir haciendo, conformándome con lo que la vida decidiera darme y convencida de que si no era feliz pero tampoco infeliz ya podía darme por satisfecha, pues yo no merecía más. Ahora, por el contrario, comprendo que eso no es así.

Sé que no será fácil: el enemigo es poderoso, lleva muchos años existiendo, hay personas dispuestas a hacer todo lo posible para que no deje de existir, y además mueve dinero en muchas partes del mundo. Pero, como se suele decir, si logro ayudar a una persona todo el esfuerzo que haga no será en vano, y mi presentimiento es que, aunque no vaya –vayamos, pues no soy la única que está en esta lucha- a erradicar los ASI, sin duda llegaremos a muchas más personas, no solo a una. Y he descubierto que lo que me ayuda a sanar, lo que me hace vibrar y sentirme viva es trabajar mi historia sabiendo que estoy haciendo algo para que no se siga repitiendo en terceros, para que lo que estuvo a punto de hundirme a mí no hunda a otro/a hasta llevarlo/a a la muerte prematura, o a la muerte en vida. No es un camino de rosas, pero me apetece recorrerlo. Y mientras, sigo estudiando para en un futuro poder seguir ayudando a otros supervivientes también de manera profesional desde un despacho, pero no apagado y discreto como creía, sino lleno de vida y de luz.

Una vez oí decir que uno raramente se convierte en lo que deseaba ser a los 15 años. En mi caso, por fortuna, creo que me estoy convirtiendo en algo mucho mejor, y sospecho que, aunque en muchos casos resulta tremendamente difícil debido a nuestras secuelas de culpa, depresión y baja autoestima, en realidad esa es una parte importantísima de nuestra sanación: descubrir las posibilidades que tenemos, encontrar lo que nos hace sentir vivos y en paz, y enfocarnos en ello, cueste lo que cueste. Porque si algo intuyo es que, tarde más o tarde menos, al final saldré de aquí ganando.


No hay comentarios:

Publicar un comentario